lunes, 3 de agosto de 2020

Jane Goodall

 Los galeses son estupendos contadores de historias. En mi familia nos encantaba contar historias. Yo creo que para contar bien una historia, tienes que sentirla. Tiene que salirte del corazón. No vale leer la historia de un libro, memorizarla y luego repetirla. Tiene que haber una conexión personal con la historia para que se convierta en realidad. La gente a menudo me pregunta: «Si conoces a alguien que piensa de forma muy distinta a ti, ¿cómo haces que cambie de opinión?” Obviamente, no siempre puedes hacer que las personas cambien de opinión. Pero yo creo que si quieres cambiar la opinión de alguien respecto a su actitud hacia los animales, por ejemplo, no sirve de nada discutir con ellos. Porque si discutes, al poco rato dejan de escucharte, y cada vez que hablas piensan: «¿Cómo puedo refutar su argumento?»
Hay que llegar a su corazón. Y la única forma que conozco de llegar a los corazones es contando historias. Yo he visto el efecto que tienen sobre las personas.

Os pondré un ejemplo. Porque no siempre es obvio que has llegado al corazón de alguien. Yo tenía que ir desde Londres al aeropuerto de Heathrow. Estaba muy cansada, eran las cinco de la madrugada y quería dar una cabezada en el taxi. Pero, al parecer, alguien le había dicho al taxista a qué me dedicaba. Y me dijo: «Vosotros amáis mucho a los animales pero las personas os dan igual. Sois como mi hermana, que es voluntaria en un refugio de animales. Yo no tengo tiempo para eso.
Por las tardes cuando voy al bar siempre comentamos que amar tanto a los animales es una chorrada cuando hay tantas personas que necesitan ayuda». Y yo pensé: «Madre mía, no puedo permitir que diga eso.”
Me puse en el asiento detrás del conductor y estuve hablando con él por la mampara hasta llegar al aeropuerto. Le hablé sobre los chimpancés, le conté historias, le hablé sobre Rusty y otros perros que he conocido, le hablé sobre cómo los perros ayudan a la gente con problemas, y sobre la conexión que podemos establecer con los distintos animales.

Y al llegar al aeropuerto… No parecía que le hubiera afectado lo más mínimo. Llegamos al aeropuerto. Y él no tenía cambio. Me tenía que devolver diez libras y le dije: «Bueno, dáselo a tu hermana por el trabajo de voluntaria que hace en el refugio de animales.” Yo no pensé que lo fuera a hacer, pero bueno. Pero tres semanas después de mi vuelta, recibí una carta de su hermana que decía: «Quiero darte las gracias por la donación que has hecho. Pero, lo más importante, ¿qué has hecho con mi hermano? Ha venido tres veces a ayudarme en el refugio.”
Eso demuestra el poder de contar historias para llegar al corazón. Si hubiera discutido con él, no habría servido de nada. Yo estuve luchando para que dejaran de utilizar chimpancés en la investigación médica, los tenían en jaulas de metro y medio por metro y medio. No servía de nada discutir con los científicos que llevaban a cabo la investigación. Lo que hice fue hablarles de los chimpancés de Gombe y de cómo vivían, y de los lazos familiares que los unían, y de las horas que pasaban acicalándose en paz, y de las suaves camas de hojas que se hacían en los árboles, y les enseñé vídeos.Y, poco a poco, conseguimos mejorar sus condiciones. Ya no estarían en jaulas de metro y medio por metro y medio, les pusieron unas más grandes. Y, al final, los más de cuatrocientos chimpancés que se utilizaban para la investigación médica en Estados Unidos, fueron liberados y llevados a refugios. A veces tarda un tiempo. No siempre consigues cambiar la opinión de alguien de inmediato. Pero siempre vale la pena tomarse la molestia de contar historias en vez de discutir agresivamente. ¿Cómo hay que contar las historias? Tienes que sentirlas en tu corazón, tienes que vivirlas, tienes que estar allí en ese momento.

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