domingo, 3 de mayo de 2020

Stephen King

La imagen puede contener: posible texto que dice ""Algunas no nacen para estar encerradas, eso es todo. Sus plumas son muy brillantes y sus canciones muy dulces y salvajes. Así que las dejas ir, o cuando abres su jaula para alimentarlas, de alguna forma se escapan y vuelan. Y la parte de ti que sabe que está mal tenerlas prisioneras se alegra, pero aún así, el lugar donde vives se siente vacío luego de su partida», Stephen King."
En alguna parte, en algún suplemento dominical o en un artículo de revista, Jack había leído que el siete por ciento de los accidentes automovilísticos queda sin explicar. No hay fallos mecánicos ni exceso de velocidad, ni alcohol ni mal tiempo. Simplemente un coche que se estrella en alguna parte desierta del camino, y el único ocupante, el conductor, muere, incapaz de explicar qué le sucedió. El artículo incluía una entrevista a un agente de Policía que pensaba que muchos de esos choques inexplicables se debían a la presencia de insectos en el coche. Avispas, una abeja, tal vez una araña o una polilla. El conductor se asusta y trata de aplastar el insecto o de bajar una ventanilla para dejarlo salir.
Tal vez el insecto lo pica; o simplemente, el conductor pierde el control. De cualquiera de las dos maneras... ¡bang!, y se acabó. Y el insecto, por lo general ileso, se va zumbando alegremente de entre el montón de restos humeantes, en busca de más tiernos pastos. El agente pensaba que al hacer la autopsia de esas víctimas, los forenses debían investigar la presencia de veneno de insectos, recordaba Jack.

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