viernes, 17 de abril de 2020

Emma Rauschenbach



Inteligente, culta, atractiva e inmensamente rica, Emma Rauschenbach (Schaffhausen, Suiza, 1882-Zúrich, 1955) fue bastante más que la esposa (y mecenas) de Carl Jungcolaboró activamente con su marido en el desarrollo del psicoanálisis, sufragó incansable años de investigaciones y trabajos y se convirtió en una de las mayores expertas en la Leyenda del Santo Grial.
 Ya casados, los domingos Jung le contaba la historia y evolución de sus pacientes, “la impresionaba, la entretenía, la mantenía asombrada. Las historias sobre mujeres del asilo la fascinaban”. También la psicoanalizaba y analizaban juntos algunos casos. Sin embargo, no fue sino en 1909 cuando Emma dejó de ser poco más que una asistente ocasional de Carl para convertirse en una colaboradora de su trabajo. Sabía bastante de psicoanálisis como para proponer y criticar. Él le contaba y consultaba absolutamente todo, y ella le sustituía cuando sus viajes y conferencias le impedían atender sus compromisos.
El problema era el carácter de Jung: narcisista y desequilibrado (ya se ha contado que provenía de una familia con graves problemas de salud mental), resultaba tan atractivo como egoísta. Trabajaba con sus pacientes día y noche, ”como un poseído” según la biógrafa, y descuidaba la vida familiar, al tiempo que se comportaba como un coqueto enfermizo incapaz de no flirtear con cualquier mujer.Tuvieron cinco hijos, pero en el curso de su largo matrimonio estuvieron a punto de divorciarse al menos en tres ocasiones, siempre por las infidelidades de Jung con pacientes como María Moltzer, Sabina Spielrein o Antonia Wolff. Como él mismo le explicó a Freud en una carta del 30 de enero de 1910, creía firmemente que “el prerrequisito de un buen matrimonio es el permiso para ser infiel”. Obviamente, Emma Jung no estaba de acuerdo, así que cada vez que la traición sentimental de su marido le resultaba intolerable, amenazaba con abandonarle primero y divorciarse después. Entonces Jung caía enfermo con dolores de estómago, depresión…. Más aún, cada vez que alguna de sus amantes empezaba a exigir cosas y ponía en peligro su familia, “sufría verdaderos ataques de pánico”. Y no eran pocas, pues, como la propia Emma escribiría a Freud, “todas las mujeres se enamoran de él, y yo, con los hombres de inmediato quedo fuera de circulación como la esposa del padre o del amigo”.
Delgada, intensa, una antigua paciente enferma de depresión, Toni Wolff, lo cambiaría todo a partir de 1910 al convertirse en su discípula e iniciar un insólito “ménage à trois”. Jung estaba deslumbrado ante su “intelecto notable” y “excelente sensibilidad”. La autora del libro, Catherine Clay, la describe como “un ser extraño, como de otro mundo. Reía en escasas ocasiones, casi nunca sonreía”. Su propia hermana aseguraba que “nunca parecía estar completamente viva y sólo lo lograba gracias a Jung”. A los niños se les dijo que la llamaran Toni y se les prohibió hacer chistes o bromear sobre su extraño comportamiento.
Emma Jung, consciente de lo que significaba Wolff para la parte más compleja de la personalidad de su marido, no sólo la aceptó sino que perdonó sus desprecios y que a menudo exigiera al doctor Jung que se divorciara de inmediato. Lo cierto, afirma Clay, es que Carl amaba a su esposa, “pero no cedía en sus ideas sobre la poligamia, asegurándole a ella que eso no implicaba ninguna diferencia en cómo la quería. Emma, por su parte, intentaba ser justa con su amante”. Las dos compartían a Carl de manera más o menos equitativa, cada una con su propio papel. Emma representaba la vida estable, cotidiana. Toni, la pasión, lo oculto, lo prohibido. Sólo el tiempo (varias décadas) acabaría por diluir la pasión entre el psicoanalista suizo y Wolff, pero las heridas que causó acompañarían siempre a Emma Jung.
Quizá para compensar tanto desengaño, tanta traición, o porque jamás se resignó a desempeñar un papel secundario y pastueño, Emma Jung dedicó los años 20 del siglo pasado a dar forma de libro a la investigación de toda su vida en la leyenda del Grial.
La inesperada muerte de Emma dejó demolido al doctor Jung. En su funeral, se pudo oír: “era muy bondadosa y modesta. Y siempre fue capaz de mantenerse independiente junto a su marido. Era la tierra nutriente en que arraigaba la creatividad [de Jung] y de la cual extraía fuerzas esenciales. De ella emanaba luz. Era capaz de soportar las pesadumbres de la vida y, sobre todo, sabía reconocer y guardar los secretos de los demás”. 

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