miércoles, 15 de abril de 2020

Carl Jung

Carl-Jung-quote-about-fate-and-unconscious-600x600 | Flickr

Mis simpatías se
inclinaban por los chicos de familias pobres, que, como yo,
procedían de la nada, y a menudo por los escasamente
dotados, aunque su tontería e ignorancia me irritaban a
veces. Pero me ofrecían por otra parte la tan ansiada ventaja
de parecer no sospechar nada y no observar nada especial en
mí. Mi «singularidad» comenzó a casionarme, poco a poco, la sensación desagradable y
algo inquietante de que yo poseía ciertos rasgos antipáti-
cos inconscientes para mí que hacían que los maestros y
compañeros se apartasen de mí.
En tales circunstancias aconteció, como un rayo, el si-
guiente suceso: nos habían dado un tema de redacción que
excepcionalmente me interesó. A causa de ello me apliqué
con ahínco y realicé, así me parecía, un trabajo esmerado
y bien logrado. Por ello esperaba por lo menos uno de los
primeros lugares en la calificación; quizás no el primero,
pues esto sería demasiado, pero sí uno de los inmediatos.
Nuestro maestro comentaba siempre los trabajos por
orden de calificación. El primero fue la redacción del pri-
mero de clase. Esto era justo. Luego siguieron las
redacciones de los demás, y siempre esperaba yo
inútilmente mi nombre. Es imposible, pensaba yo, que mi
redacción sea tan mala que no esté entre las redacciones
medianas o las peores. ¿Qué ha sucedido? ¿O quizás estoy
al final hors concours, es decir, incómodamente aislado y
fuera de serie?
Cuando todas las redacciones habían sido comenta-
das, el maestro hizo una pausa y dijo: «Tengo otra redac-
ción, la de Jung. Es con mucho la mejor y le hubiera pues-
to en primer lugar. Pero, por desgracia, es plagio. ¿De
dónde la has copiado? ¡Confiesa la verdad!»
Me sentí tan estupefacto como indignado y grité:
«¡No la he copiado, sino que, por el contrario, me esforcé
mucho en hacer una buena redacción!» Pero él respondió
gritando: «¡Mientes! Una redacción como ésta tú no
puedes escribirla en absoluto. Esto no puede creerlo nadie.
Así, pues, ¿de dónde la has copiado?»
Protesté inútilmente de mi inocencia. El maestro per-
maneció inconmovible y respondió: «Puedo decirte que si
supiera de dónde la copiaste serías expulsado de la escue-
la.» Y se marchó bruscamente. Mis compañeros me lanza-
ron miradas dubitativas y vi con espanto que pensaban:
«¡Ajá, eso es!» Mis protestas no encontraron ningún eco.
Sentí que a partir de entonces estaba ya marcado
 y me quedaban cerrados todos los caminos por los que podía sa-
lir de la «singularidad». Profundamente desilusionado y
ofendido juré odio al profesor y si hubiera tenido ocasión,
habría querido imponer la ley del más fuerte. ¿Cómo
podía yo demostrar a todos que no había copiado la
redacción?
Durante varios días di vueltas en mi cabeza a esta his-
toria y llegué una y otra vez a la conclusión de que estaba
impotente y a merced de un destino ciego y estúpido que
me tildaba de mentiroso e impostor. Se me hicieron claras
muchas cosas que no había comprendido anteriormente;
por ejemplo, el hecho de que un maestro, que se había en-
terado de mi comportamiento en la escuela, fuera a mi pa-
dre y le dijera: «¡La verdad es que es mediocre, pero se
esfuerza mucho!» Se me tenía por relativamente tonto y
descuidado. En realidad, esto no me molestaba. Lo que
me enojaba era que me creyesen un impostor y a causa de
ello se me eliminase moralmente.
Mi tristeza y mi cólera amenazaban con ser inacaba-
bles, pero nuevamente sucedió algo que antes ya había ob-
servado varias veces: reinó repentinamente la calma como
si un espacio ruidoso se cerrase con una puerta a prueba
de ruidos. Era como si una fría curiosidad me invadiera
con la cuestión: ¿Qué ha pasado aquí? ¡Estás verdadera-
mente irritado! El maestro es, naturalmente, un imbécil
que no comprende tu modo de ser, es decir, comprende
tan poco como tú mismo. Por ello desconfía, como tú
mismo. Tú desconfías de ti mismo y de los demás y te tie-
nes por ello por el Simple, el Ingenuo y el Comprensible.
Se cae en el nerviosismo cuando no se comprende.

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