martes, 24 de marzo de 2020

Mark Manson

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Era 1962 y había mucho ruido sobre un grupo emergente de Liverpool,
Inglaterra. Dicha agrupación tenía cortes de cabello graciosos y un nombre aún
más simpático, pero su propuesta musical era innegablemente buena y la
industria de la música por fin se daba cuenta de ello.
Lo integraban John, el cantante principal y compositor; Paul, el bajista
romántico con cara de niño, y George, el guitarrista rebelde. Luego se les unió el
baterista.
Él estaba considerado como el más guapo del grupo, todas las niñas se
volvían locas por él y su rostro fue el primero que empezó a aparecer en las
revistas. Él también era el miembro más profesional del grupo. No le entraba a
las drogas. Tenía una novia seria. Incluso gente bien, de esa de traje y corbata,
creía que él debía ser la cara de la banda, no John o Paul.
Su nombre era Pete Best. Y en 1962, después de lograr su primer contrato de
grabación, los otros tres miembros de los Beatles silenciosamente se reunieron y
le pidieron a su representante, Brian Epstein, que lo despidiera. Epstein sufrió
con la decisión, Pete le caía bien, así que la fue aplazando, con la esperanza de
que los otros tres chicos cambiaran de opinión.
Meses posteriores, unos tres días después de haberse iniciado la grabación de
su primer álbum, Epstein finalmente llamó a Best a su oficina. Ahí, el
representante, sin grandes ceremonias, le pidió que se largara y encontrara otra
banda. No le dio razones, explicaciones ni condolencias, sólo le dijo que los
otros tipos lo querían fuera del grupo, así que, bueno, pues mucha suerte.
Como reemplazo, la banda invitó a un bicho raro llamado Ringo Starr. Ringo
era mayor y tenía una nariz chistosa y enorme. Aceptó usar el mismo corte
horrible de cabello que John, Paul y George e insistió en escribir canciones sobre
pulpos y submarinos. Los otros dijeron: “Al carajo, ¿por qué no?”
En los seis meses que siguieron al despido de Best, la beatlemanía estalló, y
las caras de John, Paul, George y del Pete Ringo se convirtieron —posiblemente
— en las más famosas del planeta.
Mientras tanto, Best se sumió de manera comprensible en una profunda
depresión y dedicó mucho tiempo a hacer lo que cualquier inglés hará si le das
una razón: beber.
El resto de los años sesenta no fue amable con Pete Best. Para 1965 ya había
demandado a dos de los Beatles por calumnia y todos sus otros proyectos
musicales fracasaron en forma terrible. En 1968 intentó suicidarse, pero su
madre lo convenció de no hacerlo. Su vida era un naufragio.
Best no tuvo la misma historia de redención que Dave Mustaine. Nunca se
convirtió en una superestrella global ni hizo millones de dólares. Sin embargo,
de varias maneras, Best terminó mejor que Mustaine. En una entrevista en 1994,
dijo: “Estoy más feliz de lo que habría sido con los Beatles”.
¿Qué carajos?
Best explicó que las circunstancias que lo marginaron de los Beatles al final
propiciaron que conociera a su esposa. Y luego su matrimonio lo llevó a tener
hijos. Sus valores cambiaron. Pete empezó a evaluar su vida de manera
diferente. La fama y la gloria hubieran sido agradables, seguro, pero él decidió
que lo que ahora tenía era más importante: una familia grande y unida, un
matrimonio estable, una vida sencilla. Incluso llegó a dar conciertos como
baterista; realizó giras por Europa y grabó discos hasta bien entrados los años
dos mil. Entonces, ¿qué perdió? Solamente mucha atención y adulación, pero lo
que ganó significó mucho más para él.
Estas historias sugieren que algunos valores y parámetros son mejores que
otros. Algunos llevan a buenos problemas que son fácil y regularmente resueltos.
Otros conducen a problemas malos que no son ni fácil ni regularmente resueltos.

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