martes, 24 de marzo de 2020

Mark Manson

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En 1983, un talentoso y joven guitarrista fue echado de su banda de la peor
manera posible. El grupo había logrado cerrar recientemente un contrato con un
sello musical y estaba por grabar su primer álbum. Pero un par de días antes del
inicio de las grabaciones, la agrupación le mostró la puerta al guitarrista, sin
advertencia, sin discusiones, sin dramas; literalmente lo despertaron un día con
el boleto de autobús de regreso a casa.
Durante su trayecto de Nueva York a Los Ángeles, el guitarrista se
preguntaba a sí mismo: “¿Cómo sucedió esto? ¿Qué hice mal? ¿Qué haré ahora?
Los contratos para un disco no caen exactamente del cielo, en especial para las
bandas metaleras estridentes que recién comienzan”. ¿Había perdido su única
oportunidad?
Para cuando el autobús llegó a Los Ángeles, el músico despedido había
superado su autocompasión y se juró iniciar un nuevo grupo. Decidió que éste
sería tan exitoso, que sus viejos compañeros se arrepentirían por siempre de
haberlo corrido. Se volvería tan famoso que estarían condenados por décadas a
verlo en televisión, escucharlo en la radio, mirarlo en espectaculares por las
calles y en revistas especializadas. Acabarían sus vidas como dependientes en
alguna cadena de comida rápida, llenando camionetas con su mediocre equipo;
se pondrían gordos y borrachos, tendrían esposas horribles mientras él estaría
rockeando en conciertos en vivo, en estadios repletos de gente, transmitidos por
televisión. Se bañaría en el llanto de sus traidores, les secaría cada lágrima con
billetes nuevecitos y crujientes de 100 dólares.
Y así, el guitarrista trabajó como si hubiera sido poseído por un demonio

musical. Dedicó meses a reclutar a los mejores músicos que pudo encontrar,
mucho mejores que sus antiguos colegas. Escribió docenas de canciones y
practicaba con religiosidad. Su ira hirviente avivaba su ambición: la venganza se
convirtió en su musa. En el transcurso de algunos años, su nueva agrupación
logró cerrar un contrato y 12 meses después su primer álbum alcanzó el oro.
El nombre de este guitarrista es Dave Mustaine y el grupo que formó fue la
legendaria banda de heavy metal Megadeth, la cual lograría vender más de 25
millones de álbumes y realizaría varias giras mundiales. Mustaine es hoy
considerado como uno de los músicos más brillantes e influyentes en la historia
de la música de ese género.
Desafortunadamente, la banda de la que lo echaron se llama Metallica, que
ha vendido más de 180 millones de álbumes en el orbe. Dicha agrupación es
considerada por muchos como una de las bandas de rock más grandes de todos
los tiempos.
Por esa razón, en 2003, en una rara e íntima entrevista, un Mustaine con ojos
acuosos admitió que no podía evitarlo, seguía considerándose a sí mismo como
un fracaso. A pesar de todo lo que logró, en su mente siempre sería el chico al
que botaron de Metallica.
Somos monos. Nos creemos muy sofisticados con nuestros hornos tostadores
y zapatos de diseñador, pero sólo somos un grupo de monos finamente vestidos.
Y porque somos monos, de manera instintiva nos medimos a nosotros mismos
contra otros y vivimos para el estatus. La cuestión no es si nos evaluamos contra
otros, en realidad, la pregunta es: ¿bajo qué estándar nos medimos a nosotros
mismos?
Dave Mustaine, tanto si se dio cuenta o no, eligió evaluarse bajo la
perspectiva de si era o no más exitoso y popular que Metallica. La experiencia
de ser botado de su antigua banda resultó tan dolorosa para él que adoptó “el
éxito relativo a Metallica” como el parámetro bajo el cual evaluarse él y su
carrera musical.
A pesar de retomar un evento horrible en su vida y sacarle algo positivo —
como hizo Mustaine con Megadeth—, su elección de aferrarse al éxito de
Metallica como el parámetro sobre el cual definir su vida continuó lastimándolo
décadas después. A pesar de todo el dinero que ha conseguido, todas las
admiradoras y todos los elogios, él aún se consideró un fracaso.
Nuestras medidas son probablemente más
del tipo “No quiero trabajar para un jefe que odio” o “Me gustaría ganar
suficiente dinero para enviar a mi hijo a una buena escuela” o “Sería feliz si no
tuviera que dormir en las calles”. Y bajo estos parámetros, Mustaine es
salvajemente, inimaginablemente, exitoso. Pero bajo sus criterios —“Ser más
popular y exitoso que Metallica” — él es un fracaso.


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