jueves, 12 de marzo de 2020

Malcom Lowry


Malcolm Lowry murió en su cabaña del pueblo de Ripe, en Sussex, entrada la noche del 26 de junio de 1957, o temprano durante la mañana siguiente. Tenía 47 años. Su esposa, Margerie, encontró el cuerpo en el piso de arriba, tendido en el suelo de la recámara. La autopsia reveló que Lowry, un alcohólico, se había embriagado, y el doctor que examinó el cuerpo descubrió que había ingerido gran cantidad de barbitúricos y se había atragantado con algo de comida a medio digerir de su propio estómago. Una investigación se llevó a cabo y declararon el oficial de policía, la casera de los Lowry y Margerie. El juez dictaminó la fatalidad como una “desgracia”, es decir, un accidente. Lowry se había ahogado hasta morir en su vómito.
Lowry comenzó a escribir el Volcán al final de sus años veinte. La escritura requirió cuatro borradores y casi una década. En sus intentos iniciales él se interesaba en ver cuántas imágenes y símbolos podía incorporar al texto más que en crear personajes semejantes a la vida. Fue hasta 1939, cuando Lowry conoció a Margerie —a su vez una aspirante a escritora—, que la novela comenzó a adoptar una forma coherente. Margerie sugirió personajes y giros en la trama, añadió frases y contuvo la verbosidad de Lowry. Era una buena editora y la única persona capaz de lidiar con el temperamento temerario de su esposo.
Al publicarse el Volcán, la aclamación fue generalizada. El crítico Mark Schorer reseñó el libro para el Herald Tribune de Nueva York y afirmó que pocas novelas “transmiten con tal emotividad la agonía de la alienación, el sufrimiento infernal de la desintegración”. Lowry fue celebrado como un sucesor de Joyce, quien había muerto seis años antes. El Volcán fue además un éxito popular: esta vez, Lowry pudo jactarse de que su libro superó las ventas de Por siempre ámbar.
Pronto se derrumbó. “El éxito —escribió Lowry a la madre de Margerie— debe ser la peor cosa que le puede ocurrir a cualquier autor serio”. De acuerdo con los biógrafos de Lowry —han sido seis—, su ingesta de alcohol, siempre fenomenal, comenzó a incapacitarlo. Padeció alucinaciones persecutorias. A veces, su delirium tremens llegaba a ser tan severo que no podía sostener un lápiz. Lowry trabajó en muchos libros durante estos años —tenía en mente una novela en varios tomos titulada El viaje que nunca termina (The Voyage That Never Ends), donde establecería un paralelo con la Divina comedia, y el Volcán estaría en la posición del Infierno; aunque el manuscrito que más le importaba era Ferry de octubre a Gabriola (October Ferry to Gabriola), una novela sobre la etapa más feliz de su matrimonio, en la década de 1940, cuando Margerie y él compartieron una cabaña —ocupada de manera ilegal— en una bahía al norte de Vancouver. Lowry no lograba conjuntar la novela; Margerie editaba y sugería, Malcolm reescribía y reescribía, pero el libro se salía de cauce. Comenzaron a pelear, debido en parte a su fracaso para contar la historia de su felicidad. Compensaron sus frustraciones con dosis masivas de alcohol, sedantes, tranquilizantes y estimulantes controlados bajo prescripción médica —pentotal, fenobarbital, benzedrina, allonal, nembutal, soneryl. (Lowry bromeaba que su esposa y él deberían ser conocidos como los “Alcohólicos Sinónimos”.) Sin embargo, no lograban acostumbrarse al dolor de su fracaso creativo. Dos veces, durante un viaje a Europa, Lowry intentó estrangular a Margerie; y aunque su talla sólo era una fracción de la de Lowry, ella también lo atacó. Poco antes de morir, Lowry le dijo a su psiquiatra que si Margerie no lo mataba, él iba a matarla.

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