viernes, 14 de febrero de 2020

Marie Pierre Colle Corcuera

U
na mujer que va conduciendo sola su automóvil sobre la carretera a Tepoztlán tiene tiempo para recordar muchas cosas, momentos de su vida, voces, ademanes, la risa de Éric, su único hijo, las bromas de sus hermanas Beatriz y Silvia y sobre todo la suprema sonrisa de su madre, Carmen. Para Marie Pierre Colle Corcuera, en la mera Curva de la Pera, allí donde varios se han desbarrancado, es fácil visualizar a su abuelo: Pedro Corcuera vestido de smoking, dueño del rascacielos Corcuera en la esquina de Paseo de la Reforma y Lafragua que se desmoronó en 1942. Desde la ventanilla del automóvil que Marie Pierre conduce, la vista es imponente, el gran valle de Tepoztlán se extiende a pérdida de ojo, el campo es un pájaro de semillas posado sobre la tierra. Marie Pierre se le parece en la gallardía, en la belleza, en la generosidad. Así como Pedro Corcuera sabía dar alegría y muchos comensales se sentaban a su mesa en Le Chapelet, en Biarritz, así, 60 años después, Marie Pierre reparte el sol de Tepoztlán y las buenas ondas de esa alta y misteriosa roca que sube al cielo y algunos esotéricos consideran una de las fuentes de energía del mundo: el Tepozteco. Valiente, Marie Pierre también fue una fuente de energía. Y cuando estaba enojada podía pulverizar con los rayos de sus ojos verdes así como dicen que el Tepozteco pulveriza a quienes creen que lo han conquistado.
A imitación de su abuelo, el hacendado Pedro Corcuera que un día sí y otro también tenía reservada una mesa para él en el Maxime’s e invitaba a Le Chapelet a the poor little rich girl Barbara Hutton, a Jorge V de Inglaterra y a Alfonso XIII de España, Marie Pierre convirtió su casa de México y luego la de Tepoztlán en una suerte de Southampton al que acudían artistas y embajadores. Si su padre había sido amigo de Maurice Druon y de Maurice Duver- ger, de Balthus y de Cocteau, de Giacometti y de Picasso, resultó normal que Marie Pierre buscara a un Bebé Berard, a un Francis Poulenc y a un Georges Auric en el campo fértil de Tepoztlán. Recuerdo con qué entusiasmo la esperaban a un banquete en la embajada de Fran- cia, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, y cómo se les iluminó la cara al ver entrar a ése rayo verde despampanante llamado Marie Pierre Colle vestida con un espléndido traje de Yves St. Laurent.
Balthus, que para nosotros los escritores, es el hermano de Pierre Klossowski, el autor erótico que enloqueció a Juan García Ponce y a Juan José Gurrola, pintó en Francia, cuando todavía eran pequeñas varias versiones de las tres hermanas Colle Corcuera sentadas frente a él en distintas posturas y en distintos sitios. Al vender una de las versiones del célebre cuadro, cada una de ellas, pudo comprarse una casa.
Marie Pierre también era brava como lo ha sido Tepoztlán, según lo cuentan los antropólogos Robert Redfield y Oscar Lewis que acompañados de C. Wright Mills se fascinaron por los Hijos de Sánchez, en realidad tepoztecos y los siguieron desde Tepoztlán hasta la vecindad en la que se hacinaron en el Distrito Federal en los años 70.
La Virgen de Guadalupe (que se llamaba como su abuela: Guadalupe Mier) se metió en su cuerpo y en su alma como se metieron las casas de Luis Barragán, las de los grandes arquitectos de México, las de pintores célebres de América Latina, Tamayo y Botero (quien se enamoró de ella) Fernando de Szyszlo, Gunther Gerszo, Gian Franco Brignone (que se enamoró de Manzanillo y creó Careyes) Marco Aldaco, el introductor de esa maravilla que es la palapa y Diego Villaseñor, quien hizo casas acuáticas que se mezclaban con el paisaje.
Así como en sus vestidos, Marie Pierre buscaba la belleza y la originalidad (no en balde Carmen, su madre, colaboró después de la guerra con el new look que habría de lanzar Christian Dior). Guapísima y sofisticada, Marie Pierre ya instalada en México se puso a buscar la belleza en sus volcanes y en sus playas, en las casas de adobe y en los magueyes que son tan milagrosos como la Virgen de Guadalupe. A propósito de playas, Marie Pierre me enseñó en Puerto Vallarta que en el mar de olas altas, había que contar siete olas para salir; luchar contra el agua es un grave error. Vienen siete olas bajas y siete olas altas, tienes que meterte en las bajas. Si te pasas de las siete y viene una alta, te esperas, flotas, no haces ningún esfuerzo por salir, no luchas, cuentas siete olas y la última te sacará a la playa, si no lo haces así te va a revolcar la ola y es probable que la resaca te impida salir.
Hizo varios libros de arte parecidos al de Paraíso mexicano. No le gustó que le dijera yo que las recetas en su libro Las fiestas de Frida escrito al alimón con Guadalupe Rivera Marín, hija de Diego, eran de la tapatía Lupe Marín, la segunda mujer de Diego Rivera y que Frida si acaso habría picado media cebolla y dos ramitas de perejil a lo largo de toda su vida. En todo caso, la responsabilidad de esas recetas mal atribuidas recae más en Lupe Rivera que en Marie Pierre y habría que recordar que ese libro, traducido al inglés, fue el más popular de ella. También fue muy importante para Marie Pierre que las fotografías de sus libros se exhibieran en las rejas de Chapultepec, gracias a la intervención de Guadalupe Loaeza ante Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de Gobierno de la ciudad de México.
Marie Pierre asistió toda su vida al taller que di en casa de Alicia Trueba y me doy cuenta que fui dura con ella. Cuando trajo su primer texto para leerlo ante la clase, le espeté:
–No vas a escribir en francés.
–Es que no sé escribir en español.
–Te apellidas Corcuera y vas a escribir en español.
Ella vino a México ya tarde –yo llegué a los nueve años en el Marqués de Comillas– pero seguí regañándola más por costumbre que por convicción. La consideraba parte de mi familia (mis padres Jean y Paulette eran padrinos de su hermana Beatriz y entre los apellidos maternos compartidos está el de Escandón) y por eso mismo, por impulsar a la familia, le exigía mucho aunque ella nunca dejó de sonreírme. A Marie Pierre le daba por el esoterismo. La acompañé a la conferencia de uno de sus gurús, Yvonne, sacerdotisa francesa vestida de blanco. Cuando le resumí a Guillermo Haro lo dicho por Yvonne me respondió: Esas son mafufadas. Severa, reconvine a Marie Pierre: Esa Yvonne no va a resolver uno solo de tus problemas. Y fui más lejos. Entre menos salidas y recepciones en la embajada de Chalchicomula, mejor escribirás. Ahora me duele haber sido más agria que un limón, porque en mi pensamiento, Marie Pierre es un árbol rojo cubierto de flores de Nochebuena.
Un día antes de su muerte, fuimos juntas a Toluca con su enfermera a ver a un cuate que considero un charlatán. El viaje fue duro. No encontrábamos la casa. Marie Pierre me dijo: Rien n’aide plus que la chaleur de la main humaine y puso mi mano sobre su hígado enfermo y allí se quedó durante el trayecto de ida y el de vuelta. Nos costó un trabajo infinito encontrar la casa del curandero. En la pinche sala de espera reconocí las canastas de matas de chilitos rojos que estaban de moda en esa época y que a Marie Pierre le gustaba regalar. Nos hizo esperar y apenas si le dio a Marie Pierre diez minutos. Regresamos, ella tenía visitas a comer y quiso que me quedara, pero regresé triste a mi casa. Esa misma noche, Marie Pierre, ya cerca de la medianoche aceptaría su muerte, el 10 de septiembre de 2004.
Hoy Marie Pierre es parte de la cultura de México como su padre, Pierre Colle, el primero que expuso a Frida Kahlo, es parte de la francesa. Hoy Marie Pierre es la dueña del cielo, allá habita, siempre preciosa, siempre palaciega como lo fue su casa de la calle de Durango, siempre eficaz y abierta a los cuatro vientos. Marie Pierre es la noble señora celeste parecida a la Virgen, porque su entusiasmo la hizo juntar las flores del ayate de la Guadalupana y rendirle homenaje a México. Hoy la saludamos, como lo hizo Éric, que desde el avión fotografió la aparición de la Reina de América, nube ella misma, blanca y transparente sobre el cielo azul y ése día le regaló a su madre el más hermoso de los fotomontajes.


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