lunes, 20 de enero de 2020

Juan José Millás

En medio del silencio de la noche escuché el sonido de mi móvil, que parecía provenir del armario. Primero pensé que se trataba de un sueño; luego, que me lo había dejado encendido en el bolsillo de la chaqueta. Abrí los ojos, prendí la luz y sorprendí, en el medio de la habitación, a un individuo que buscaba su teléfono por todos los bolsillos con una mano mientras me apuntaba con una pistola que llevaba en la otra. Imposible decir quién estaba más desconcertado, si el ladrón o yo. Por fin, dio con el aparato y lo atendió de mala gana: "¿Qué pasa?", preguntó irritado por aquella inoportuna llamada. Luego, al escuchar lo que le decían, se dejó caer sobre una esquina de la cama como si le hubieran abandonado las fuerzas. "Ha muerto mi madre", me dijo en un aparte. "Lo siento", añadí yo ridículamente desde mi pijama de rayas.
Comprendí que tenía que aprovechar aquellos instantes de abatimiento del delincuente para hacer algo, pero no sabía qué. Miré a mi alrededor en busca de algún objeto contundente y no vi más que un par de novelas policiacas y un inhalador nasal que había sobre la mesilla. Aunque de haber dispuesto de algo más duro, tampoco habría sabido cómo usarlo. Creo que conviene golpear en la nuca, pero se trata de un conocimiento teórico. Jamás he golpeado a un semejante. Además, el semejante del que hablo había comenzado a sorberse los mocos como un niño para contener las lágrimas. Colgó el teléfono, se incorporó y comprendí que se encontraba desorientado, sin saber a dónde dirigir sus pasos ni qué hacer con su cuerpo. Recorrió unos metros en dirección al armario y luego se volvió hacia mí para averiguar por dónde se salía.
Salté de la cama y lo guié por el pasillo. Una vez en la puerta, me preguntó si conocía el modo de ir al Doce de Octubre. "Espera un momento", respondí. Volví al dormitorio, me puse encima del pijama unos pantalones y una chaqueta y lo llevé en mi coche. Cuando llegamos al hospital, aún sostenía la pistola en una mano y el móvil en la otra. Le metí la pistola en un bolsillo, le abrí la puerta del coche, y lo vi alejarse en dirección a las instalaciones. Yo regresé a la cama y al día siguiente fingí que todo había sido un sueño.

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