sábado, 1 de julio de 2017

Philip K. Dick

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Philip K. Dick,
el filósofo escritor
Matteo Dean
La reflexión acerca de la sutil frontera que separa lo humano y lo sobrenatural, entre seres vivientes, de carne y hueso, y las máquinas que actúan como si fueran entidades reales y pensantes, atraviesa la mente de la humanidad desde hace mucho tiempo. Dicha reflexión ha encontrado distintos espacios de desarrollo. Las más populares han sido la literatura y la cinematografía. En este sentido, una referencia ineludible es el escritor estadunidense Philip Kindred Dick, quien murió el 2 de marzo de 1982, en Santa Ana, California, a la joven edad de cincuenta y tres años.
Sin embargo Philip K. Dick (PKD), quien escribió y vivió relativamente desapercibido por la gran crítica literaria (con algunas excepciones), trasciende la esfera literaria. Su obra, muy prolífica y contradictoria a lo largo de casi treinta años de actividad, no sólo renueva el género literario en el que se le ha colocado, la ciencia ficción, sino que propone temas, enfoques, puntos de vista (visiones, diría él), que nada tienen que ver con la ciencia ficción clásica, sino con temas que son tocados por otras disciplinas sociales, como la filosofía, y más en específico la epistemología.
Se dice que Dick escribió ciencia ficción. Sus mundos extraterrestres o sus visiones del futuro lo adscribirían a este género tan variado y tan influyente sobre enteras generaciones de jóvenes estadunidenses del siglo pasado. Pero PKD escribe una ciencia ficción peculiar que rompe, antes que todo, con la llamada “época de oro” del género, cuyo maestro principal fue el culto y reconocido Isaac Asimov. Contrariamente a otros autores, PKD rompe con los clichés del género, ya que no presenta héroes resolutorios de invasiones de extraños seres procedentes de otros mundos. Nunca ofrece visiones de un futuro lejano tecnológicamente avanzado en el que el bienestar generalizado es la norma. Es también por esta razón que muchos identifican en PKD a un precursor del género cyberpunk.
PKD nos ofrece un mundo en el que el futuro no es el mañana. El futuro –o más bien el tiempo– es una variable más en la vida humana y se transforma y muta según quien lo mira y lo vive. Sus personajes son personas “comunes”, humildes, dotadas en algunos casos de facultades peculiares, pero que no los hacen mejores que otros, sino simplemente personajes más complejos. La psicología de los personajes se enriquece con la visión psiquiátrica del autor y las contradicciones de los personajes –y sus vivencias– son tales que difícilmente el lector termina en paz con ellos o con los sucesos descritos. PKD es otra ciencia ficción. Es la ciencia ficción del presente sin sentido. Del presente que no espera, sino que tiene frente a sí una utopía pesimista.
La obra
PKD escribió treinta y seis novelas en treinta años y al menos 121 cuentos cortos. A pesar de haber ganado el Premio Victor Hugo en 1963 por la novela El hombre en el castillo, Dick fue por mucho tiempo –hasta después de su muerte– descuidado por la crítica literaria “oficial”. Fue justamente en 1982, pocos meses antes de ese 2 de marzo, cuando un colapso cardíaco truncó su vida, que PKD surgió a la fama internacional gracias a la película Blade Runner, del director estadunidense Ridley Scott. La película, protagonizada por Harrison Ford y piedra miliar del cine de ciencia ficción, toma como inspiración la novela dickiana de 1968 ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Aun desvirtuando el contenido real de la novela, la película logra meter en la pantalla grande parte de la obsesión de PKD: la ruptura de la frontera entre ser humano y ser artificial, la sutil línea que debería separar la naturaleza humana de la naturaleza artificial (oxímoron típico de la literatura de Dick), que lleva a mezclar las dos partes confundiendo el sentido último del ser vivo.
El hombre en el castillo (1963) es quizás una de las obras más emblemáticas del autor estadunidense. Típico ejemplo de ucronía, en ella PKD imagina un mundo en el que los alemanes y los japoneses han ganado la segunda guerra mundial y dominan al mundo. Los personajes viven en un Estados Unidos dividido entre las dos potencias ganadoras, atreviendo un paralelo entre la dictadura nazis –similar al imperio soviético– y la dictadura japonesa –más sueva, pero también más sutil y entonces parecida, según el autor, al imperio estadunidense. En este mundo al revés, además, existiría un libro “prohibido” en el que se cuenta la historia de un mundo en el que los aliados han ganado la guerra. El carácter emblemático es enriquecido por el vasto uso por parte de los personajes del antiguo texto chino de las previsiones I Ching.

Harrison Ford en dos escenas de Blade Runner
PKD, con sus obras ha anticipado –como los hacen sus celebérrimos personajes pre-cog – ciertos temas que hoy atraviesan nuestras sociedades. Ejemplo de ello es la novela Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974) que trata el tema de la importancia central de los medios de comunicación en la sociedad. O, por otro lado, Dick tiene el privilegio de haber descrito con mucha anticipación una sociedad –la nuestra– en la que la tecnología nos invade no siempre con sentido positivo. De esta manera, se podría decir que si Julio Verne predijo la invención de muchos objetos y tecnologías, PKD predijo sociedades enteras. No sólo anticipó la creación de robots o de pastillas “de la felicidad” –el Prozac, por ejemplo– sino imaginó a lo largo de sus obras el futuro alienado y enajenado en el que parecemos condenados a vivir.
La cinematografía contemporánea nunca se atrevió a retomar las grandes obras de PKD como fueron Ubik –enredada historia de espionaje y contraespionaje industrial suspendida entre vida y semi vida en la que aparecen personajes con poderes “especiales”– o Los tres estigmas de Palmer Eldritch –historia de la guerra comercial entre dos empresarios dedicados a la creación de mundos ficticios a través de sustancias psicotrópicas– o, inclusive, Lotería solar –su primera, alucinada, novela. Al contrario, el gran cine se ha dedicado a rescatar los cuentos de Dick, poniendo en la pantalla grande historias como Total Recall (Vengador del futuro, 1990), filmada parcialmente en Ciudad de México; Infiltrado (2002); Minority Report (2002); A Scanner Darkly (2006), entre otras.
Un escritor complejo, difícil de interpretar, contradictorio y con un mensaje tan claramente pesimista e introvertido como real e imaginario al mismo tiempo. Un autor que, según las palabras del autor del celebérrimo cómic Maus, relato de un superviviente (1980-1991) Art Spiegelman, fue fundamental en el siglo pasado. Spiegelman decía: “Lo que Franz Kafka fue la primera mitad del siglo XX, Philp K. Dick lo fue la segunda mitad.”
pkd, el filósofo
Philip K. Dick no estudió filosofía en la universidad. Tampoco escribió ensayos y libros de corte filosófico. Sus únicos ensayos los escribió en ocasión de algún fortuito encuentro de escritores de ciencia ficción, o para alguna revista especializada. PKD escribió treinta y seis novelas y al menos 121 cuentos cortos. De su obra, sin embargo, no es difícil extrapolar una idea compleja de la realidad que hace del autor estadunidense un pensador moderno que es posible adscribir al vasto abanico de autores –no sólo literarios– que en el siglo pasado se han interrogado acerca de la realidad, la naturaleza del ser humano y las razones de la presencia del mismo en este universo.
Sus ensayos no contienen tesis que demostrar. Son más bien una colección de ideas muy diversas y desordenadas de un hombre culto que se dedicó a lecturas igualmente desordenadas, condimentándolas con una gran imaginación, sin duda alimentada por su peculiar vivencia –problemas psicológicos constantes, dificultad en las relaciones sociales, abuso de sustancias psicotrópicas, etcétera. Su búsqueda no fue la de examinar conceptos abstractos, de revelar contradicciones, de justificar y defender sus conclusiones críticas. Parece más bien que la única preocupación de PKD fue la de dar forma a su propia “visión” del mundo.
PKD lo dijo tal cual: “Las dos cuestiones que me interesan son: ¿qué es la realidad? y ¿qué caracteriza al auténtico ser humano?” Y, en su diario personal, añadía: “Son ya veintisiete años que publico novelas y cuentos y nunca dejé de investigar estas cuestiones íntimamente ligadas entre sí. Las considero extremadamente importantes.” Hace dos siglo, Immanuel Kant decía, acerca de la filosofía, algo parecido, ya que la definía como “la ciencia de los fines últimos de la razón”. El filósofo alemán preguntaba: “¿Qué puedo conocer, qué tengo que hacer, qué se me permite esperar, qué es el hombre?”
Así las cosas, se podría decir que PKD cumple con los preceptos de esa filosofía occidental ratificada por el filósofo alemán un siglo antes. Sin embargo, el autor estadunidense es un servidor indisciplinado de esa tarea. Sus armas preferidas no fueron la demostración lógica, la especulación erudita y sutil, sino la anécdota obscura y fulminante, la visión que rompe con la imagen más acostumbrada del mundo. De sí mismo PKD decía: “Soy un filósofo-escritor, no un novelista: utilizo mi habilidad de escritor de novelas y cuentos como un medio para formular mi sentir.” Y añadía: “En el centro de mis escritos no hay arte, sino verdad.”
Lo anterior PKD se lo reconoce en general al género literario de la ciencia ficción, cuando éste va más allá de la mera evasión de la realidad. En este aspecto reside quizás la mayor aportación del autor al género literario. La ciencia ficción requiere de “la creación de un universo ficticio, de una sociedad que no existe realmente, un mundo transformado en algo que no es, o aún no es.” Una “transposición fundamentada de la realidad” que es una representación de una realidad posible. PKD insistía en decir que la ciencia ficción debe constituir un estimulo al despertar, en la mente del lector, de pensamientos e hipótesis que hasta ese momento –el momento de leer– no había tomado en cuenta.

Escena de Total Recall (Vengador del futuro)
Sólo de esta manera la actividad literaria alcanza el fin deseado por PKD, es decir, dar forma a su propio sentir a través de la narración de historias, personajes y situaciones que, aún no perteneciendo a la que con tanta obstinada certeza es llamada “realidad”, pueden tarde o temprano empatar con la verdad. Sin duda una visión peculiar que permite a Lawrence Sutin, profesor y autor estadunidense de una amplia biografía de PKD, comparar al autor de ciencia ficción con los filósofos presocráticos, mismos que exponían sus doctrinas en amplios poemas con ricas metáforas y elementos mitológicos. Con el uso del mito (mythos = “narración”), la búsqueda filosófica se volcaba a la percepción de un origen.
Verdad y locura
Philip K. Dick es reconocido como un autor muy prolífico. No sólo por la importante producción literaria, sino por la que muchos definen como su “funambulesca imaginación”. En sus obras el lector es llamado a vivir las historias –y aventuras también– de los protagonistas “normales”, en ocasiones similares a antihéroes inmersos en universos alternativos, con personajes suspendidos en estado de “semi vida”, rodeados –en ocasiones sin saberlo, siendo ellos mismos– por androides (simulacros, como los define el mismo PKD) con “rostro humano” y por hombres crueles aunque paradójicamente justos.
Al tomar en las manos una novela de PKD, el lector es literalmente “tragado” por las invenciones fruto de una imaginación compleja, siempre lista para ofrecer sorpresa, desencanto y “golpe escénico”. Las historias que PKD cuenta conservan siempre una duda de fondo, una contradicción aparente que confunde en un primer momento, pero que, terminando la lectura, obliga a la reflexión frente una ineludible verdad dickiana: verdad y locura se mezclan siempre. En cierto sentido, se podría afirmar que la obra de PKD ofrece los estímulos hoy en día –en 2011– absolutamente a la altura de esa “crisis de sentido” típica de nuestra época. Las historias de PKD son como caminos trazados en la oscuridad, caminos aún por explorar. Quizás no lleven a ningún lado. Quizás, siendo caminos, llevan en sí la idea de que la verdad es ella misma camino, búsqueda, extravío y estupor sin fin. 
 http://www.jornada.unam.mx/2011/03/13/sem-matteo.html

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