jueves, 13 de abril de 2017
Lao Tse
“El propósito de las palabras es transmitir las ideas.
Cuando las ideas se han comprendido, las palabras se olvidan.
¿Dónde puedo encontrar un hombre que haya olvidado las palabras?
Con ese me gustaría hablar”.
Dicen que Lao Tse no quería hablar. Quería emprender un viaje hacia las cordilleras del oeste para acabar sus días en paz. El guardián del paso de Huan-Ku le observaba, el solitario centinela del paso de las montañas había vivido lo bastante para conocer que aquel anciano reticente era un sabio: sus ojos lo delataban, y el gesto de sus manos al sentarse, y la presencia que emanaba de su cuerpo. Se veía que su casa era el ancho mundo, la tierra su almohada y las estrellas sus sábanas. El guardián tomó una resolución, y empuñando su arma le dijo: “No os dejaré marchar si no me dais una parte de vuestra sabiduría”.
Lao Tse, que había intuido hacía rato sus pensamientos, sacó un pincel y comenzó a trazar caracteres, 5000 ideogramas, sobre la túnica de seda que le ofreció el soldado, destilando en ochenta poemas una de las experiencias más sensatas del conocimiento humano: el Tao Te King.
Este es un libro para quienes no confían en las palabras. Desde el inicio su autor advierte: “El Tao que se puede nombrar no es el verdadero Tao”. Pero Lao Tse hizo lo imposible, un libro que se lee, relee y disfruta durante toda una vida. Un libro de consulta que cambia con los años, como el vino, destilando nuevos sabores, pensamientos no descubiertos. La sabiduría que intenta comunicar Lao Tse es el modo de ser de la Naturaleza y la manera en que debemos obrar para asemejarnos lo más posible a ella.
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