viernes, 16 de diciembre de 2016

Rius: 75 años en su tinta


Juan Domingo Argüelles
entrevista con Eduardo del Río

Los gobiernos son felices con súbditos ignorantes
Rius
Eduardo del Río García cumplió setenta y cinco años el 20 de junio de 2009. Una década antes había llegado a su libro número 100, Filatelia para cuerdos. Nacido en Zamora, Michoacán, en 1934, fue llevado por su familia a Ciudad de México en 1935. Huérfano de padre el mismo año de su nacimiento, fue internado en el Colegio Saleciano donde permaneció más de un lustro. Actualmente, y desde hace varios años, radica en Tepoztlán, Morelos. Caricaturista, historietista y escritor de divulgación popular, con un lenguaje ameno, divertido y crítico, tanto en la imagen gráfica como en la escritura, Eduardo del Río se convirtió en Rius y, a lo largo ya de cincuenta y cinco años, ha publicado más de un centenar de libros de los más diversos temas: historia, filosofía, religión, política, medicina popular, música, gastronomía, sexualidad, pintura, arte en general y un amplio etcétera. Entre algunos de sus títulos emblemáticos están: Cuba para principiantes, Pequeño Rius ilustrado , Marx para principiantes, Cristo de carne y hueso, La panza es primero, No consulte a su médico, El museo de Rius, ABChé, Su majestad el PRI, Hitler para masoquistas, Los Panuchos, Guía incompleta del jazz , La iglesia y otros cuentos, Manual del perfecto ateo, Votas y te vas y ¿Sería católico Jesucristo? En las antípodas de la derecha y con un propósito pedagógico y didáctico o, mejor dicho, magisterial en el mejor sentido, Rius se propuso, desde un principio, contribuir a la educación y politización del mexicano, combatir la alienación y favorecer el espíritu crítico, por medio de estrategias nunca exentas de humor, pero también plenas de sátira y diatriba contra los poderes establecidos (político, eclesiástico, económico, etcétera). A decir del pensador Ivan Illich, las historietas de Rius acompañaron, informaron y educaron, durante varios años, en la segunda mitad del siglo xx, al lector popular mexicano y a los estudiantes del nivel medio superior. En los años sesenta fundó y dirigió las revistas Los Supermachos y Los Agachados, que constituyen un hito en la historia de la crítica política en México. Sus personajes habitan hoy el Museo del Estanquillo de Ciudad de México; un museo de lo auténticamente popular, creado a partir de las colecciones del escritor Carlos Monsiváis. Ha colaborado en los principales diarios y revistas de México, y ha obtenido diversos premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio de Caricatura La Catrina, en 2004, que concede la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y que han obtenido también otros de sus destacados colegas, entre otros, Rogelio Naranjo, Fontanarrosa, Gabriel Vargas y Quino. Actualmente, colabora en la revista El Chamuco y los Hijos del Averno.
– Antes que cualquier cosa, tu identidad: ¿Ateo, anticlerical o las dos cosas juntas?
–Le tengo que agradecer a Dios que me volvió ateo, y a la Iglesia católica que me volvió anticlerical. Pero más que a esas dos instituciones nefastas, debo mi ateísmo a los libros.
– Sin embargo, hay quienes dicen que los jóvenes son esclavos del narcotráfico y de las adicciones porque tienen pocos asideros trascendentes y poco en que creer: “no creen en la familia, que no tuvieron; no creen en la economía ni en la escuela, ni creen en Dios, porque no lo conocen”. ¿Qué respondes a esto, señor ateo?
–Los que creen en dioses les echan la culpa de todo –lo bueno y lo malo– a esos fantasiosos seres. Yo conozco a varios amigos y amigas que se las truenan, o se recetan sus honguitos, dizque “para ver a Dios”. Otros lo hacen con fines distintos, como para acrecentar y disfrutar más del sexo o para descansar o echar un viajecito por mundos psicodélicos. Claro que los ateos también disfrutamos del derecho de ponernos hasta atrás con un buen mezcal o un pulquito, o de surtirnos un buen porro de vez en cuando. Y sospecho que lo mismo hacen muchos de los que sí creen en esos “divinos” seres. Finalmente, no hay que olvidar que el hombre hizo a Dios y no al revés. Y si quieren conocer las opiniones de muy insignes escritores ateos, los remito a mis dos libros de citas, aforismos y demás, Herejes, ateos y malpensados .
– ¿Cuándo, en dónde y de qué forma descubriste la lectura?
–Sólo al salir del Seminario Salesiano (donde hasta Verne y Salgari estaban prohibidos) pude empezar a leer de a de veras. Considero a la Funeraria Gayosso (donde trabajaba como telefonista encargado del conmutador) mi universidad y facultad de letras, porque junto a ella –en la avenida Hidalgo, detrás de Bellas Artes– se encontraba la famosa Librería Duarte, de libros de segunda mano, donde la amabilidad de Polo Duarte me permitió leer buenas cosas que él me sugería. Polo me daba chance de leer y cambiar un libro hasta tres veces, y todo por el mismo precio. Así conocí a los grandes de la literatura mexicana y universal. En su librería, además, funcionaba los sábados una especie de tertulia medio etílica donde se congregaban los entonces principiantes Carlos Fuentes, Carlos Monsiváis, Juan Rulfo, Pepe de la Colina, etcétera. Esto fue entre 1952 y 1954.
– ¿Había libros en tu casa o antecedentes lectores?
–Yo fui niño de vecindad y en mi casa, familia católica, no había nada que leer fuera de devocionarios. En el mejor de los casos, había algún número del Selecciones del Readers Digest y la revista del PAN, pues mi hermano mayor era panista.
– ¿Contribuyeron la escuela o algún profesor a facilitar tu hábito lector?
–La primaria la hice en diversas escuelas. En cuarto de primaria estuve –becado– en el Bachillerato de Gelati 29 o Instituto Patria de los jesuitas. Al año siguiente pasé al internado salesiano en Huipulco, donde no había nada para leer, ni nos convocaban a la lectura.
– ¿Qué tipo de publicaciones populares influyeron en tu afición por la lectura?
–Lo primero que leí fueron las historietas de ese tiempo, en especial Los Superlocos, de Gabriel Vargas, Rolando el Rabioso, El Pirata Negro (mi favorita, de futbol) y cosas así. Todo a escondidas, claro, porque no estaban consideradas como lecturas “decentes”.
– ¿Crees que el cómic o la historieta faciliten el camino de un lector hacia libros y lecturas sin imágenes?
–Creo que mucha gente empezó a leer con el cómic; aunque muchos se quedaban en esa cultura. A mí me hubiera pasado lo mismo seguramente, pero en Gayosso (donde tenía mucho tiempo libre) pasé de la historieta a las revistas Vea, Vodevil, etcétera, y luego, como ya expliqué, a los libros recomendados por Polo Duarte.
– ¿Hubo amigos o compañeros que hayan reforzado tus intereses de lectura?
–En la universidad Gayosso había una secretaria que era buena lectora e intercambiábamos libros. Besos no, por mi enorme timidez.
– ¿Qué encontraste en los libros de la escuela primaria?
–Había unos libros de texto que se llamaban, creo, Lecturas, donde sacaban fragmentos de los clásicos españoles, pero muy ñoños, muy conservadores. A mí no me tocaron los libros de texto gratuitos.

Eduardo del Río en su casa de Tepoztlán, Morelos. Fotos: Francisco Olvera/ archivo La Jornada
– ¿En qué momento descubriste tu vocación narrativa a través de la historieta?
–De Gayosso entré por chiripa a la revista Ja-Já, en 1954. Un cliente me vio haciendo dibujitos en la funeraria, y resultó ser el director del Ja-Já. Me dio su tarjeta y me dijo que si se me ocurrían algunos chistes, él me los publicaba. Así empecé, sin proponérmelo, mi carrera de bandido. Sólo diez años después, por otra chiripada, pasé a la historieta, y con Los Supermachos avancé algo en el manejo del lenguaje dizque literario. Al igual que en el cuento, en la historieta hay que contar una pequeña historia, y a eso me entregué.
– ¿Leer y escribir fueron para ti actividades simultáneas?
–Claro. Yo seguí leyendo, no sólo novelas, sino otro tipo de libros. La lectura de Marx y compañía, influyó muchísimo en mi trabajo. John Steinbeck, Faulkner, Balzac, Stendhal y otros más por el estilo, me enseñaron un mundo que yo no me imaginaba, donde ricos y pobres convivían y se peleaban.
– ¿Crees que se necesite una disposición especial para ser lector del mismo modo que otros son futbolistas, boxeadores o toreros?
–No. Yo siento que puede haber buenos lectores en cualquier profesión, basta que los motiven a leer. No importa la condición social. Yo he tenido amigos pobres de solemnidad, que en un momento dado tuvieron acceso a los libros y se aficionaron a ellos. Y siguen leyendo.
– ¿La lectura y la escritura producen siempre mejores personas?
–Pienso que la lectura puede mejorar mucho a una persona, porque la hace pensar y actuar en consecuencia. Claro, quienes se quedan leyendo a Corín Tellado o cosas por el estilo, pueden ser buenas personas, pero hasta ahí. Casi todos los buenos escritores son gente de izquierda o liberales (en el buen sentido) y aportan mucho en sus obras para alimentar el coco. Hay quien se queda en la Biblia y ahí sigue sin darse cuenta que hay otro mundo donde viajar.
– ¿Desmentirías la frase de Plinio: “No hay libro que sea malo”?
–A don Plinio no le tocaron los bestsellers ... ni las vidas de santos.
– ¿Para qué sirve leer?
–Leer sirve para viajar, para echar a volar la imaginación, para llegarle a la masturbación (gulp), para adquirir un chorro de conocimientos, para evadirse de la realidad que a veces es muy canija, para divertirse y pasar un buen rato, para tener buenos argumentos para las discusiones; en fin, que sirve para mucho más de lo que uno cree. Añadiría que me gusta leer porque, además, es apasionante y terapéutico.
– ¿Cuál es, desde tu experiencia, la mejor manera de contagiar el gusto y la necesidad por la lectura?
–Empezar a leer es difícil si no hay alguien que te hable bien de algún autor. Es algo que se espera que hagan los maestros en la primaria o secundaria, y de repente se encuentra uno con ellos y no siempre hay tal cosa. Introducir a alguien a la buena lectura, es una enorme satisfacción que se agiganta si se trata de muchachas que, por lo general, leen menos que los hombres, no sé por qué.

Foto: Carlos Ramos Mamahua/ archivo La Jornada
– ¿Crees que una mala película venza siempre a un buen libro?
–Las buenas películas casi nunca salen de los buenos libros. Hay películas tan buenas, que le permiten a uno dejar el libro a un lado. Pero hasta ahora no he visto que un buen libro sirva de base para una película buena. Casi siempre se quedan en lo anecdótico o en la aventura y no nos permiten disfrutar el lenguaje y la esencia del libro.
– ¿Dirías que no hay cultura sin libros y, en este sentido, que no hay cultura si no se es lector?
–Hay una cultura literaria, como hay una cultura musical, gastronómica o plástica, que pueden crecer muchísimo leyendo libros de música, gastronomía o artes plásticas. Mientras más campos se frecuenten, puede decirse (creo) que es más culta una persona.
– ¿Te resulta más aceptable o menos censurable una persona inmoral, deshonesta, egoísta, etcétera, por el hecho de ser lectora?
–Todo es relativo, como diría Einstein.
– ¿Los libros cambian el curso de la historia?
–Dicen por ahí que la historia la escriben los vencedores, de modo que no creo que un libro cambie la historia. Aunque sí puede cambiar a alguien que pueda cambiar la historia, como ha ocurrido un chingo de veces.
– ¿Cómo responderías las siguientes preguntas que Gabriel Zaid formula en su libro Los demasiados libros?: “¿Sirve realmente la poesía comprometida? ¿Daña realmente la literatura pornográfica?”
–También me remito a don Einstein. En ambos casos es sumamente relativo.
– Los suicidas wertherianos, de no leer el Werther, ¿no se hubieran suicidado?
–Sepa. Nunca he leído ese libro. Pero si me decido a suicidarme, tendré que hacerlo.
– La lectura de Marx, ¿produjo el 26 de julio en Cuba? La lectura de los Evangelios, ¿produjo el bombardeo de Hiroshima?
–¡Ah, jijos! Creo que estas preguntas se las dejamos a Monsiváis.
– ¿Crees que hay realmente demasiados libros?
–Si me pongo a contar los libros que me faltan por leer, sí: son demasiados y a lo mejor no acabo de leerlos antes de pasar al otro barrio.
– ¿Por qué escribes y narras la historia y la política a través de la historieta?
–He encontrado que con la historieta y los libros-cómic que hago se pueden decir muchas cosas impunemente. Pienso que la gente le tiene pánico a los libros llenos de letras y que, con la ayuda de materiales gráficos y con algo de humor, pueden –casi sin darse cuenta– iniciarse en la lectura y pasar a mejores libros. Mis historietas y libros cuentan todos con bibliografía.
– ¿Has sentido o sabido que tus libros hayan modificado, en algún momento, la existencia de otras personas?
–Muchísima gente, para mi gloria, ha cambiado sus vidas leyéndome. Desde los comandantes sandinistas hasta el Sup zapatista, pasando por una runfla de guerrilleros, curas y estudiantes de bachillerato. Mucha gente se ha vuelto atea, vegetariana o rojilla ora sí que por mi culpa. Y eso me da muchísimo gusto, como comprenderás. Como que le ha dado sentido a mi vida.
– ¿Cuál es el futuro de la historieta?
–El futuro de la historieta depende mucho de los editores. Pero ha bajado muchísimo su consumo en todo el mundo, sobre todo como revista. En Europa se imprimen muchas historietas, pero en forma de libro.
– ¿Contribuye internet a la lectura?
–No creo. O por lo menos en mi caso, internet no me ha ayudado o motivado a leer más y mejor.
– ¿Hiciste uso, en alguna etapa de tu vida, de las bibliotecas públicas?
–Sólo últimamente, y aquí en Tepoztlán, he sacado mi credencial de lector de la biblioteca. Y he encontrado, curiosamente, que hay muy buen material para leer, pero, claro, debe uno tener idea de qué leer y en qué anaquel se puede encontrar.
– ¿Qué tipo de biblioteca personal has formado y por qué?
–Por mi trabajo de divulgador de todos los temas, he tenido que hacerme de una pequeña biblioteca de consulta, donde predominan los temas religiosos, alimenticios, políticos, de historia, psicología y de otros. También cuento con una buena biblioteca de artes plásticas, de caricatura e historieta, de humorismo gráfico, etcétera. Y aparte, otra que ha crecido mucho, de cuentos y novelas, por tener ahora un poco más de tiempo para leer. Puedo mencionar, en riguroso desorden de todas clases, a los siguientes autores: Mario Benedetti, Paco Ignacio Taibo ii , Laura Restrepo, John Coetzee, Milan Kundera, Gabriel García Márquez, la Poniatowska (gran amiga), Álvaro Mutis, Mario Vargas Llosa, José Saramago (mi favorito), Fernando del Paso, José Agustín, Juan Rulfo, Manuel Puig, António Lobo Antunes, Jesús Díaz, Joao Guimaraes Rosa, Graham Greene, Manuel Scorza, Sergio Ramírez, Philip Roth, Alfredo Bryce Echenique, Fernando Vallejo, Ricardo Garibay, María Luisa Puga, Rosa Montero, Isabel Allende (la de los primeros libros), Carmen Boullosa, William Saroyan, Zoé Valdés, Anatole France, John Steinbeck, Erskine Caldwell, José Donoso, Kurt Vonnegut, José Rubén Romero y ahí le paro o nunca acabo. Me refiero únicamente a los autores que conservo, porque, por otra parte, regalo muchos libros: algunos en cuanto los leo ya no me interesa demasiado conservarlos.
– ¿Un “buen” lector lee de todo?
–Pues sí. Yo he tenido que leer de todo, por mi trabajo de divulgación, y eso que a lo mejor no soy un “buen” lector.
– ¿Cómo determinas tus lecturas?
–Según el trabajo que estoy haciendo.
– ¿Crees que a los gobiernos les interesa realmente que la gente lea?
–Obviamente, no. Los gobiernos son felices con súbditos ignorantes. 

 http://www.jornada.unam.mx/2009/08/23/sem-juan.html

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