lunes, 23 de febrero de 2015

Gregory Cajina

«No es que los niños alemanes sean más listos. Es que aquí los atornillamos a la silla»

Día 01/10/2013 - 07.35h

El autor de «Rompe tu zona de confort» asegura que hay que cambiar la educación de los más pequeños

«No es que los niños alemanes sean más listos. Es que aquí los atornillamos a la silla»
Gregory Cajina, autor de «Rompe tu zona de confort» (Oniro), vive a caballo entre Alemania y Madrid, lo que le permite hacer continuamente comparaciones entre los dos países. Para explicarnos como podemos aplicar la teoría de su libro —en el que se anima al lector a arriesgarse y a tomar sus propias decisiones en la vida—, a las relaciones entre padres e hijos, lo primero que hace es situarnos con una comparación entre ambos países. «Aquí el niño es el centro de la familia. En Alemania son importantes, pero son un miembro más. En Alemania la educación está muy orientada a la independencia del niño, algo que la enseñanza tradicional española dinamita. Aquí se atornilla al niño a la silla y se espera de él que no se levante hasta que acabe la carrera. No es que los niños germanos sean más listos, o tengan una composición cerebral diferente. Es que, al contrario de aquí, se educan en la independencia, la creatividad, o a la experimentación».
Por eso lo primero por lo que apuesta Cajina es porque los padres en España enseñen al niño a asumir su propia responsabilidad, desde su más tierna edad y durante la adolescencia. «Hay que enseñar al niño a romper con su propia zona de confort desde que tiene dos años, obviamente poniendo un límite. El mejor legado que pueden dejar unos padres a unos hijos no es el dinero, las propiedades... Sino la autoconfianza de saber que en su cabeza están todos los recursos para buscar o conseguir lo que necesita. El niño tiene que saber que podrá reinventarse, porque sabe mirar desde distintos puntos de vista».
¿Qué podemos hacer, entonces? El autor de «Rompe con tu zona de confort» aconseja fomentar la creatividad, la experimentación, el riesgo calculado... «Y en el proceso de aprendizaje, devolverle siempre la pregunta al niño. Si te dice con cuatro años que si puede saltar, le tienes que contestar que pruebe. Tienes que dejarle calcular su propia fortaleza. Lo más seguro es que si no le miras cuando se caiga ni siquiera llore». Hoy, continúa Cajina, sobreprotegemos a los pequeños. «Un niño se tiene que ensuciar para aprender a integrarse, se tiene que hacer daño para aprender a cuidar de sí mismo, y tiene que aprender a arriesgarse, a levantarse, a sacudirse el polvo y recomponerse cuando se pierden todas las canicas o las chapas».

Que se sientan queridos

El otro factor clave para su crecimiento, afirma contundente, «es que se sientan queridos, no rodeados de cosas». En muchas ocasiones los adolescentes (y los adultos) acaban recurriendo a la violencia contra otros y contra sí mismos por una ausencia de cariño (o sea, tiempo, atención) durante la infancia, el desafecto, un mínimo de contacto, de comprensión, de calidez... Y ojo, que la "ausencia estando presente" del padre/madre, o tutor adulto es tan lesiva como una agresión para el futuro del chaval. Y esto no hay Play Station que lo subsane»
En otras palabras, para Cajina, lo que los pequeños necesitan es tiempo. «Nuestro tiempo. Entre otras cosas, para ayudarles a que afloren esas virtudes con las que nacen de fábrica... en lugar de insistir en convertirles en lo que nosotros ¿sabemos? que ellos ¿deben? ser. Eduquen, extraigan, descubran todo aquello en lo que el chaval despunta y, sobre todo, disfruten y proporcionenle los recursos para que expriman esos talentos». «Dejemos de condenarles a desarrollar solo los talentos más demandados por el mercado con la intención de que se conviertan en un individuo rico de mayor... pero en un individuo que antes o después se preguntará... ¿Pero qué demonios estoy haciendo con mi vida?».
El autor de «Rompe con tu zona de confort» también nos ilustra durante nuestra charla sobre cómo podemos saber cuál de las ocho inteligencias establecidas por el psicólogo Howard Gardner presenta nuestro hijo. «La próxima vez que jueguen con sus pequeños aprovechen para observar los diferentes talentos naturales que demuestren. Lo sabran por la inusual habilidad y disfrute que demuestren. Fíjense en su uso del lenguaje (con ustedes el próximo Nobel de Literatura); su destreza en el uso de su capacidad motora (¿un nuevo atleta en ciernes?); su habilidad artística (pintura, escultura, arquitectura...; su empatía y simpatía (consigo mismo, con los demás; y, por supuesto, la habilidad que nuestra sociedad ceba con esteroides: la lógica cartesiana». «Tomen nota del modo en que le pequeño juega, en cómo se desenvuelve. Escriba algunos ejemplos, aunque sean anecdóticos, de aquello con lo que sonrie y, encima, es bueno haciéndolo».

La zona de confort en la adolescencia

¿Y cómo podemos romper la «zona de confort» durante la difícil etapa de la adolescencia? «Llevando al adolescente a ver las consecuencias de sus actos», responde Cajina. «Para que el aprendizaje se arraige tiene que conllevar emoción. Por eso un adolescente tiene que vivir, que ver las cosas. Por mucho que le cuentes lo que puede ocurrir si conduce bebido, a no ser que lo viva o que se lo cuente el líder de su grupo, no te hará caso. Es mejor que lo lleves al centro de Parapléjicos de Toledo, por poner un ejemplo. Ese tipo de cosas en Alemania ya se hace».
También, prosigue Cajina, hay que ser consecuentes tanto con los premios como con los castigos. «Los padres debemos poner la información encima de la mesa. Luego la decisión es de los adolescentes. Personalmente pienso que no se debe premiar lo que uno debe hacer, aunque sí penalizar lo que no se hace». «De otra forma empiezan los problemas con la motivación. Si tú das siempre a esa persona una recompensa, esa persona se habitúa a la recompensa».
Pero para eso, «lo primero que hay que hacer es involucrar al chaval en sus objetivos. Incluso por contrato», sugiere. «Por supuesto no tiene validez legal. El objetivo es dejar por escrito las reglas del juego entre padre e hijo, y cuales son las consecuencias si estas no se cumplen. Las penalizaciones pueden ser humorísticas o de chanza, como una donación a una causa que no le guste o algo sentimental que le duela... No es tanto por castigarle, sino por ligar la emoción a algo que él o ella no ha conseguido». Ahora bien, prosigue Cajina, «si el tipo ha estudiado pero ha sacado un seis, hay que ser flexibles... Ha habido trabajo, ha habido esfuerzo... demoslo por conseguido».

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