domingo, 9 de noviembre de 2014

Justus Uwayesu

De un basurero en Ruanda a Harvard

Justus Uwayesu vivía en un basurero en Ruanda; huérfano su principal preocupación era buscar algo para comer, cuando la fundación Esther’s Aid lo rescató. Y su vida cambio, pues asitió a escuelas y ahora es alumno, con una beca completa, de la Universidad de Harvard.
Michael Wines
 07.11.2014 Última actualización 05:00 AM
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Justus Uwayesu
La vida de Justus cambio gracias a la fundación Esther´s Aid, que ayuda a niños huérfanos. (NYT)
BOSTON. A los nueve años de edad y huérfano por el genocidio étnico. Vivía en un auto quemado en un depósito de basura ruandés donde rebuscaba comida y ropa. De día, era un mendigo callejero. No se había bañado en más de un año. Cuando una empleada de una organización de caridad estadounidense, Clare Effiong, visitó el depósito un domingo, otros niños se dispersaron.

Sucio y hambriento, Justus Uwayesu se quedó en su sitio, y ella le preguntó por qué. “Quiero ir a la escuela”, respondió él. Bueno, se le cumplió su deseo. Este otoño, Uwayesu se inscribió como alumno de primer año en la Universidad de Harvard, un estudiante de beca completa que estudia matemáticas, economía y derechos humanos, y pretende obtener un título en ciencias avanzadas.

Ahora de unos 22 años – se desconoce su fecha de nacimiento _, pusiera ser, con jeans, un suéter y zapatillas deportivas, solo uno más de los mil 667 estudiantes de primer año aquí. Pero, por supuesto, no lo es. Es un ejemplo del potencial sepultado incuso en los sitios más sin esperanza de la humanidad, y un recordatorio de cómo rara vez se busca.

ESTUDIANTE DESTACADO 

En los 13 años transcurridos desde que escapó del ardiente montón de basura que era su hogar, Uwayesu no simplemente ascendió a través de las máximas filas académicas de su naciónComo estudiante en Ruanda, aprendió inglés, francés, swahili y lingala.Supervisó el programa de mentores estudiantiles de su bachillerato. Y ayudó a fundar una organización de caridad juvenil que se extendió a bachilleratos en todo Estados Unidos, comprando seguros de salud a los estudiantes pobres y dando ayuda médica y escolar a otros.

Sin embargo, le asombran y divierten los hábitos y peculiaridades de un país extraño. “Probé la langosta, y pensé que era una gran pelea”, dijo. “Tienes que trabajar en ella para llegar a la carne”. ¿Y el sabor? “No estoy seguro de que me gustara”, dijo.

Recién llegado de un país dominado por dos grupos étnicos – la mayoría hutu y los tutsi, que murieron en masa con algunos hutus moderados en el conflicto de 1994 _, dice que le complace ver el crisol de nacionalidades y estilos de vida de Harvard. Le sorprendió agradablemente la aceptación displicente de los estudiantes abiertamente homosexuales – “eso es algo que no se ve en Ruanda” – y le contrarió encontrar mendigos sin hogar en una nación de otro modo tan rica que “uno no distingue entre quién es rico y quién no”.

Dice que sus cuatro compañeros de casa, provenientes de Connecticut, Hawái y lugares intermedios, le han ayudado a adaptarse a la vida en Boston. Pero sigue tratando de entender una cultura estadounidense que es más frenética y escandalosa que en su patria. “La gente trabaja duro por todo”, dijo. “Hacen las cosas rápidamente, y se mueven rápidamente. Te dicen la verdad; te cuentan sus experiencias y sus reservas.

En Ruanda, tenemos una forma diferente de hablar a los adultos. No gritamos. No somos revoltosos. Pero aquí, uno piensa independientemente”.

NIÑEZ LLENA DE TRAGEDIAS

Nacido en el área rural oriental de Ruanda en 1991, Uwayesu tenía solo tres años cuando sus padres, ambos granjeros analfabetas, murieron en una matanza de motivaciones políticas que causó la muerte de unas 800 mil personas en 100 días. Trabajadores de la Cruz Roja lo rescataron junto con una hermana y dos hermanos – otros cuatro hijos sobrevivieron en otras partes – y los cuidaron hasta 1998, cuando la creciente ola de niños sin padres obligó a los trabajadores a regresarlos a su aldea.

Llegaron cuando una sequía, y luego la hambruna, empezaron a apoderarse de su provincia natal. “Yo estaba desnutrido”, dijo Uwayesu. “Mi hermano me decía: 'Voy a buscar comida’, y luego regresaba sin ella. Había ocasiones en que no cocinábamos en todo el día”. En 2000, el joven Justus y su hermano caminaron hacia Kigali, la capital de Ruanda y una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, en busca de comida y ayuda. 
UN HOGAR EN EL BASURERO
En vez de ello, terminaron en Ruviri, un extenso depósito de basura en las afueras de la ciudad que era hogar de cientos de huérfanos y piaras de cerdos. Justus encontró un hogar con otros dos niños en un auto abandonado, con sus ventanillas rotas y el piso cubiertos de cartón. Durante el siguiente año y medio, dijo, se olvidaron de todo salvo la búsqueda de comida y refugio. “No había ducha, ni baños”, dijo. “Lo único era conservar algo caliente para la noche, algo realmente caliente”.

Aprendió a detectar a los camiones de hoteles y panaderías que transportaban los desperdicios más sabrosos, y a saltar encima de ellos para tomar su parte antes de que descargaran lo que llevaban entre huérfanos menos ágiles. Para los días en que no había nada que comer – los camiones no acudían los domingos y los niños mayores reclamaban la mayor parte de la basura comestible _, atesoraba comida en latas de aceite comestible desechadas, hundidas en rescoldos de la basura quemada para mantener el contenido caliente.

Uwayesu dijo que quedó cojeando después de una caída de un camión de basura en movimiento, y una vez casi fue sepultado vivo por una niveladora que empujaba montones de basura hacia una fosa. A los 9 años, pasaba las noches aterrorizado pensando que un tigre que se decía recorría el depósito de basura lo atacara (no hay tigres en África).

De día, mendigando en las calles, vio un mundo que estaba más allá de él. “A mediodía”, dijo, “los niños salían de la escuela con sus uniformes, corriendo y jugando en las calles. A veces me llamaban nayibobo”; literalmente, niño olvidado.

"Sabían cuán diferentes éramos de ellos. “Fue una época realmente oscura, porque no podía ver un futuro”, dijo. “No podía ver cómo podía mejorar mi vida, o cómo podía salir de eso”. Meramente por casualidad, Effiong resultó ser la salvadora del niño. La organización de caridad de New Rochelle, Nueva York, que Effiong fundó, Esther’s Aid, decidió en 2000 centrar sus esfuerzos en ayudar a las multitudes de huérfanos de ese país. 

EL INICIO DE UNA NUEVA VIDA

Un domingo, en 2001, después de entregar un contenedor lleno de alimentos y ropa, tomó un taxi hacia el depósito de basura, vio a un montón de huérfanos y, después de un poco de conversación, ofreció llevarlos a un lugar seguro. Todos, salvo Justus, se negaron. “Lo llevé a donde yo estaba, lo bañé, le cambié de ropa, curé las heridas de su cuerpo y eventualmente lo envié a la escuela primaria”, dijo Effiong.

En primer grado, terminó en primer lugar de su clase. Fue un signo de los grados siguientes: Puras calificaciones máximas en el bachillerato, seguidas por un lugar en una escuela especializada en ciencias. 
Uwayesu se mudó a un orfanato operado por Esther’s Aid, luego, con dos hermanas, al recinto donde vive Effiong mientras está en Kigali.
Durante sus años de escuela, él trabajó en la organización de caridad, que desde entonces ha abierto una escuela de cocina para niñas y está construyendo un campus para huérfanos. “Mi vida cambio gracias a ella”, dijo. Sin embargo, no habría podido competir por un lugar en una universidad estadounidense sin ayuda externa.

Después del bachillerato, presentó solicitud y obtuvo un lugar en el programa de becas de un año, operado por una organización de caridad en Little Rock, Arkansas, Bridge2Rwanda, que prepara a estudiantes talentosos para el proceso de solicitud de admisión en universidades.

Durante la última década, el director de admisiones internacionales de Harvard ha recorrido África en busca de solicitantes potenciales cada año. Como la mayoría de las universidades principales, Harvard elige a sus alumnos de primer año sin considerar su capacidad para pagar la colegiatura.

Pero, hasta este año, el campus de Cambridge solo contaba con una ruandesa, Juliette Musabeyezu, estudiante de segundo año, entre sus matriculados. Ya no, de los alrededor de 25 solicitantes africanos que lograron ingresar este año, tres son de Ruanda, incluido un segundo becario de Bridge2Rwanda.

No está mal para un país pequeño que alberga a un uno por ciento de los más de mil millones de habitantes de África. Una fotografía del contingente de Harvard originario de Ruanda aparece en la página de Facebook de Musabeyezu. El pie de foto dice: “Mi gente finalmente está aquí”.
Justus Uwayesu

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