jueves, 15 de mayo de 2014

Quema de Libros

El 10 de mayo de 1933 ardieron miles y miles de libros en Alemania. Con esa purga simbólica empezó la decadencia de la primacía germana como nación científica, concluye el historiador berlinés Michael Grüttner.

"Donde se quema libros, se acaba quemando hombres". Heine, 1820
Miles de libros desaparecieron de las bibliotecas alemanas el 10 de mayo de 1933 durante la quema de libros perpetrada por el régimen nacionalsocialista. Se calcula que sólo en Berlín, los nazis quemaron esa noche 20.000 publicaciones de filósofos, científicos, poetas, escritores. Sus nombres pasaron a integrar las "listas negras". Muchos de ellos fueron asesinados, arrestados o enviados al exilio.
La quema de libros fue un acto simbólico: el comienzo de la persecución y la expulsión de científicos e intelectuales de Alemania. El efecto de la quema de libros supera la época nacionalsocialista: según el historiador berlinés Michael Grüttner, con ello comenzó la decadencia de Alemania como nación de la ciencia: con la emigración a América del Norte de 24 premios Nóbel de Alemania y Austria, "el primer lugar pasó a ocuparlo Estados Unidos", declaró Grüttner en entrevista concedida al semanario Der Spiegel en su edición digital.
¿Colaboradores del régimen?
Después de 1933, las universidades alemanas tuvieron que renunciar a un quinto de su personal docente. Si a comienzos del siglo XX, las universidades alemanas eran las mejores del mundo, después de 1945 de la tradición de excelencia quedaba sólo el recuerdo. Los catedráticos que se quedaron tuvieron necesariamente que ver con el régimen nazi; sus publicaciones e investigaciones de esa época tuvieron que contar, necesariamente, con el beneplácito del gobierno de Hitler. Al final de la guerra, entre 60 y 70 por ciento de los catedráticos alemanes pertenecían al partido o a alguna organización nazi.
No dejar las universidades vacías
Si bien al finalizar la guerra, las fuerzas aliadas despidieron a la mitad del personal, poco a poco fueron volviendo a ocupar sus puestos. Quien no hubiese denunciado a nadie y tuviese un nombre como científico tenía buenas oportunidades de ser rehabilitado. Sus obras de la época nacionalsocialista fueron, convenientemente, relegadas al olvido. Básicamente porque no convenía paralizar completamente las universidades alemanas. Muchos de los que no colaboraron con el régimen nacionalsocialista no estaban interesados en volver. Theodor W. Adorno y Max Horkheimer del Instituto para Investigación Social de Fráncfort fueron las brillantes excepciones.
Los "emigrados" no pudieron evitar la mirada decepcionada hacia Alemania: la conciencia del grado de horror perpetrado por los nazis era mínima en el ámbito universitario. El consenso fue callar y olvidar lo sucedido. Fue apenas en los años 80 cuando las Facultades se dedicaron a revisar, en contra de la voluntad de sus autores, las obras de sus catedráticos, para ese momento ya jubilados.
La quema de libros fue un acto simbólico y propagandístico, que Joseph Goebbels alabó como un día en que "Alemania había comenzado a limpiarse interna y externamente"… de excelencia académica.

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