martes, 8 de octubre de 2013

Ryszard Kapuscinski

Elena Poniatowska
"Con el apellido que tienes no te voy a dar una entrevista hasta que no hables polaco". "Entonces no me la vas a dar nunca, porque el polaco es un idioma endiablado que además se declina como el latín". A Ryszard Kapuscinski le molestaba que no supiera sino cuatro palabras, pero me sonreía. Durante su vida trató a la gente como si a la vuelta de la esquina fuera a caer muerta y jamás volvería a verla. Al sentirse valorada, la gente despepitaba con toda confianza su historia de vida. Kapu escuchaba con respeto, con cuidado, con cariño porque era un hombre lleno de compasión humana. Así deberíamos ser los periodistas. En Nueva York lo vi por última vez en el encuentro internacional del Pen Club. Salman Rushdie lo apreciaba mucho y dijo que Ebano (que en Francia obtuvo en 2000 el premio al mejor libro) era una deslumbrante mezcla de reportaje y arte, y que era para él el libro más logrado del gran escritor polaco, "una obra maestra". Los periódicos Die Zeist y Frankfurter Allgemeine Zeitung lo aclamaron y consideraron el más grande periodista de la actualidad. En Nueva York, escritores de la talla de Paul Auster, Margaret Atwood y Breyten Brettenbach lo consideraban su par y lo buscaban para dialogar con él.
Nacido en 1932 en Pinsk, Polonia, a los 13 años se mudó a Varsovia y en los años 50 la agencia de prensa polaca no se dio cuenta que al enviar a ese muchachito carirredondo, rubio y sonriente como corresponsal a Medio Oriente, Africa y América Latina, forjaba a un nuevo Marco Polo, pero esta vez del periodismo, porque Kapuscinski jamás dejó de viajar y de apasionarse por los pueblos de la tierra. El único continente al que no le dedicó su vida fue a Oceanía.
La italiana María Nadotti, de Línea d'Ombra, organizó en Milán, en noviembre de 1994 para el congreso Ver, entender, explicar: literatura y periodismo en un fin de siglo, un diálogo entre John Berger y Kapucinski. Mi amiga María fue la moderadora. El inglés y el polaco se querían entrañablemente porque tenían mucho en común y no quiero pensar en lo mal que la ha de estar pasando John Berger. Ese diálogo fue tan notable que después se recogió en un libro: Los cínicos no sirven para este oficio (sobre el buen periodismo). "Hoy, para entender hacia dónde vamos ­sostiene Kapuscinski­ no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban. Es más útil entrar en un museo que hablar con 100 políticos profesionales. Hoy día, como el arte nos revela, la historia se está posmodernizando. Si le aplicáramos a ella las categorías interpretativas que hemos elaborado para el arte, quizá lograríamos desentrañarla mejor y tendríamos instrumentos de análisis menos obsoletos de los que, generalmente, nos empeñamos en utilizar".
 
Muchos mexicanos quisimos al mejor de todos nosotros, los reporteros. A Pablo Espinosa, quien le hizo una excelente entrevista para La Jornada, le dijo que una mala persona nunca puede ser buen periodista y lamentó que los medios estén cada vez más en manos de comerciantes. Hombre sencillo si los hay, Kapuscinski nunca buscó el reconocimiento y menos el lujo. Compartió siempre las condiciones de vida de sus entrevistados y como éstos no tenían para comer, el no comía; como dormían en el suelo, él dormía en el suelo; como no tenían agua, él pasaba sed. En Africa hizo largas colas entre niños (porque los niños eran los encargados) para acarrear el agua. Aguantó granizadas e insolaciones, viajes en camiones destartalados y en trenes atiborrados y malolientes en la India; fue pobre entre los pobres. Nos deja el ejemplo de un periodista como ya no los hay, un hombre que ejerce su profesión como uno más, desprendido de todo, de vuelta de todo, al servicio de todos.
En marzo habría cumplido 75 años (era dos meses mayor que yo). Decía que la nuestra no es una profesión para egoístas. Nos descubrió Africa, el continente que en cierta forma se nos parece, porque aunque no somos negros nos ha ido negro. Insobornable, traducido a muchos idiomas convirtió en libros sus grandes reportajes y los volvió literatura.
Su libro sobre el emperador de Etiopía, Haile Selassie (que parecía una pasita que camina, lo vi cuando vino a México y caminó todo dado a la tristeza por la avenida Juárez), es un clásico, como lo es su texto que nos toca de cerca sobre La guerra del futbol.
¿Quiénes se aproximaron a su talla? Desde luego Walter Lipman, en Estados Unidos. En México, gracias a la Virgen de Guadalupe, tenemos a Julio Scherer, Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Jaime Avilés (que saben moverse en los cinturones de miseria y en el hacinamiento de los miserables), Blanche Petrich y a la mujer que hizo el mejor reportaje sobre el subcomandante Marcos: Alma Guillermoprieto. Claro que se me van muchos nombres, seguramente hay otros en México y en el resto del mundo. Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, es un libro que sale del periodismo como A sangre fría, de Truman Capote, y la obra entera de Tom Wolfe, el padre del New Journalism.
Los humillados de Lima y de Bogotá, los desempleados de la India y de Tailandia, los jóvenes sin oportunidades de Nigeria y Kenia tendrán que buscarse a otro que luche a su lado, como lo hizo Kapuscinki para alcanzar una vida digna.

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