domingo, 8 de septiembre de 2013

Horacio Franco

Horacio Franco, flautista

“Temo tanto la mediocridad, que 

no dejo de ensayar 

un solo día”

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No se anda con falsas modestias. De modo natural se refiere a su buen oído y su virtuosismo al tocar. No lo oculta: se asume vanidoso. Horacio Franco sabe de lo que es capaz pero, también, que de poco le serviría el talento sin el esfuerzo diario.

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POR TATIANA MAILLARD
@MadameMaillard

FOTOGRAFÍA: CHRISTIAN PALMA
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Su historia hace pensar en una de esas anécdotas de superación personal: el niño de escasos recursos que, pese a la falta de apoyo de sus padres, triunfa en la música. Él corrige: no fue tan fácil.

A los 16 años y siendo autodidacta, fundó la carrera de flautista de pico en el Conservatorio Nacional. A los 17 ya estudiaba el instrumento en Holanda.

Treinta y cinco años después, Franco, especializado en música barroca, incursiona por primera vez en el jazz al lado de Abraham Barrera, Adrián Oropeza y Adrián Cruz, con quienes ofrecerá un concierto el 28 de junio en la Ciudad de México.

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Usted, músico barroco, esta vez incursiona en el jazz.
Decidí entrarle al jazz porque soy un admirador desde niño, pero nunca había tenido el coraje de tocar este género, le tenía respeto. Además, mi preparación es diferente. Si bien lo clásico y el jazz no están totalmente divorciados, son dos escuelas de pensamiento muy diferentes, por la libertad de improvisación y las influencias de la música negra. El jazz es, digamos, más informal, a diferencia de los músicos clásicos que siempre nos cuidamos de que no falle una sola nota. Pero tengo un gran bagaje de improvisación y una buena escuela de armonía y teoría musical. Eso me animó a lanzarme.
Creo que me salió bastante bien, aunque no fue fácil, porque nada que valga la pena se da así nomás. Tuve que adentrarme en la arquitectura jazzística, conocer los turnos de improvisación y reaccionar rápido. Ellos —Abraham Barrera, Adrián Oropeza y Adrián Cruz, con quienes se sumergió en el jazz— aceptaron mis sugerencias, como incorporar el clavecín, que es afín a la flauta de pico, algo que no ocurre con el piano, pues éste se repele con la flauta. Fue exitosa la combinación flauta-clavecín-batería-contrabajo. Así nació este disco, que tiene siete obras de Abraham Barrera y una de Adrián Oropeza y que están pensadas en la flauta de pico. Si no se trata de una fusión, es, al menos, un diálogo entre músicos de jazz y yo, que soy un metiche.
Dice que le tenía “respeto” al jazz. ¿Es necesario dejar de ver con idealismo un género para animarse a abordarlo ?
No. Más bien toda música requiere preparación. Requiere muchísimo del talento natural del músico, pero en el caso de la música clásica, se necesita de una preparación teórica y técnica. Por eso los europeos aprendieron a escribirla. A partir de ahí la música europea se academizó. Se hizo necesario que la estructura de pensamiento y de composición fuera prácticamente como si se tratara de una construcción arquitectónica.
En la música clásica necesitas cierta preparación. Los músicos tradicionales son empíricos, lo cual no los hace menos importantes que los músicos clásicos, sólo se expresan con otro tipo de recursos. Los músicos orientales, que no leen una partitura y cuyos instrumentos son distintos a los europeos, seguramente dicen: “Pobres occidentales. No tienen idea de lo que significa el contacto con la naturaleza, la tierra o la espiritualidad”.  No es que estén peleadas las ideologías, sino que están separados los procesos de aprendizaje.
Nada de lo que vale la pena es regalado. Pero en su caso, parece que siempre se destaca una historia lineal de éxito: un cuento donde triunfa el niño de familia con dificultades económicas. 
El supuesto éxito es trabajo… y que a la gente le gusta lo que hago. De niño yo aprendí dos cosas: Una, que tenía mucho talento. Dos, que tenía un irredento amor por la música. Pero después de haber entrado al Conservatorio y ser el primer flautista profesional que quiso hacer esa carrera en una escuela donde no se impartía, me tuve que ir a Holanda.
Yo vengo de una familia de escasos recursos y cuyos padres se oponían a que estudiara música por el eterno “te vas a morir de hambre”. No los podía culpar de pensar así, finalmente mis padres eran analfabetas funcionales. Pero eso te llena la vida de obstáculos. Ya de por sí en este país todo conlleva grandes obstáculos porque existe ostracismo, apatía y burocracia.
A los 17 años me fui a Holanda con un dinero que había ahorrado dando clases como maestro del Conservatorio. Allá aprendí que con talento y pasión no iba a llegar a ningún lado, porque había gente de todas las nacionalidades que tocaban la flauta como genios. Así que si yo no trabajaba, lo demás no me sería útil. Nunca he creído que ya haya alcanzado lo que busco en lo profesional, porque para mí, eso significa comenzar a caer por inercia. Si te conformas, terminas por ser completamente mediocre.
¿Cómo define la mediocridad?
Como el atributo de una persona que no hace lo que le gusta ni aprovecha el potencial máximo de sus capacidades, ya sean profesionales, espirituales o amatorias. Cuando no te reinventas con tu pareja, con tu profesión, con tu persona, estás condenado a estancarte.
¿Alguna vez la mediocridad ha amenazado con alcanzarlo?
Provengo de una familia donde mi madre fue siempre muy exigente y castrante. Mi papá trabajaba en una cantina y lo veía poco, pero con mi madre siempre hubo demandas y exigencias hacia los hijos, pues ella siempre quiso ser médica o enfermera, pero no terminó ni la primaria porque tuvo que trabajar desde chavita.
Había mucha visceralidad en su rigor, creo que como un reflejo de lo que ella quiso ser y no pudo. El primer deber que tenía era la excelencia en calificaciones, y ese estrés era fuerte, pero entendí que todos esos posibles traumas los podía llegar a capitalizar. Si yo me hubiera rebelado contra las enseñanzas maternas, habría llegado a Holanda para dedicarme a las drogas y el desmadre.
¿Ha temido ser mediocre?
Me da tanto miedo, que no dejo de ensayar un solo día. Temo perder lo que tengo, porque me ha costado mucho trabajo. Esa historia ideal que muchos me adjudican, no es gratuita.  Yo no voy a tocar en concierto alguna obra que no haya estudiado o que no tenga dominada. Lo hice alguna vez de joven y juré no volver a hacerlo.
¿Por qué no la tenía dominada? ¿No le interesaba?
Me la habían dado tarde y no estaba bien escrita. Hace poco interpreté una obra de un buen amigo compositor. Con él sí fui honesto, le escribí que su obra no me había sacado provecho, pues toqué poco tiempo y lo que interpreté no estaba en el lenguaje de la flauta.
Es decir, no le ocurrió no haberse preparado para interpretar una obra clásica, sino descuidar composiciones de contemporáneos. 
¡Claro! Con alguien como J.S. Bach nunca me pasó algo así, porque le tengo infinita devoción. Es una religión para mí.
Vamos, todos los artistas la regamos. La solvencia artística no te la da el no fallar. Muchos jóvenes que estudian música se paralizan de miedo cuando suben a un escenario. No entienden que un buen artista es el que se responzabiliza en el escenario. Y si hay alguna nota mal, no pasa nada. Es mala costumbre malviajarse por un error. Todo el mundo cree que lo que importa es la perfección técnica. Los músicos clásicos estudian para ser infalibles. ¡Infalible no es nadie en este planeta! Todos echamos notas falsas y por eso creo que lo más importante es la cuestión humana.
¿Hasta qué punto se permite equivocarse?
Las equivocaciones son accidentes. Como cuando se te sale un gas (ríe). No te vas a lacerar por un error, porque esto puede desencadenar otros. Peor es no saber qué estás interpretando, porque tú eres el recreador de una obra y debes respaldarlo con técnica, conocimiento y solvencia de lo que la obra significa. Al final, le pones de tu cosecha para recrearla.
¿Siempre es recreador? ¿No le ocurre solamente reproducir?
No, porque yo me involucro emocionalmente con lo que toco. Nunca he compuesto, porque esa carrera es de gran responsabilidad. Tienes que descubrir el lenguaje con el que te vas a casar y para eso tienes que conocer todas las escuelas. Qué chinga.
Su gusto por la música inicia con el piano, finalmente opta por la flauta dulce. ¿Por qué serle fiel a un instrumento que no fue su primer amor? 
Porque nunca tuve un piano. El enamoramiento fue fatuo. Sí, estudie piano y tenía un tecladito de cartón cuando era niño, porque mis papás no podían comprarme un piano.  Pero entender un solo instrumento te lleva toda la vida. Es muy raro tocar a niveles altos, virtuosos, más de un instrumento. Dejé de querer el piano porque no tenía piano. No puedes enamorarte de lo que no existe.
Cuando entra al Conservatorio tampoco impartían flauta de pico, y no lo desanimó de la misma forma que lo hizo no tener piano…
No, porque entonces decidí fundar la carrera de flautista de pico. Antes tuve que estudiar violín y fue una decepción. El maestro no me quería, pues a los 13 años ya estaba viejo para el violín, por lo que me auguró un futuro nefasto.
Como él era director de la orquesta de cámara del Conservatorio, le dije que quería ser solista de flauta con su orquesta y accedió. Ese concierto cambió el rumbo de mi vida, me di cuenta de que mi futuro no estaba en ningún instrumento que no fuera la flauta.
Antes de irse a Holanda, usted fundó una carrera e impartió clases. Lo hizo sin preparación profesional, siendo autodidacta.
Sí, pero yo era muy talentoso. El director del Conservatorio tuvo la visión de dejarme fundar la carrera. Pero tenía el deber moral y ético de estudiar, por eso me fui a Holanda.
Hablemos de miedos. Usted ha dicho que le no le teme a la muerte.
No, porque como no creo en ninguna divinidad, para mí la muerte no significa más que un apagón en el cerebro. Le temo más a la enfermedad previa o al dolor. O al desgaste físico e intelectual. Por eso me cuido tanto, porque mis padres murieron jóvenes y tengo dos hermanos diagnosticados con demencia senil. No deseo que lo mismo me ocurra. Por eso llevo a cabo prácticas que, si no me librarán por completo de las complicaciones de mi herencia genética, al menos reducen las posibilidades de padecer la diabetes de mi padre o la hipertensión y artritis reumatoide degenerativa de mi madre. Soy disciplinado hasta en mi calidad de vida. No quiero una vejez llena de achaques y además soy una persona vanidosa. Me gusta verme bien no sólo por estrategia mercadológica.
Ha posado para revistas como Boyz and Toyz. No es común ver a un músico…
…En pelotas.
Exacto. ¿Por qué es útil para usted, como músico barroco que es, aparecer en una revista homoerótica?
A una parte considerable de la comunidad LGBT le vale gorro un concierto de música clásica. Se piensa aún que es para gente “culta”. Ese tipo de cosas, me parecen de un nivel de discriminación y racismo espantoso. En muchas partes, la música clásica todavía se considera para gente de la tercera edad. Yo no lo veo así. Por eso busco convencer, al menos con mi imagen, a la gente que no se ha expuesto a este tipo de música. Aunque sea por el simple morbo de ver un cuerpo, lograr que vayan a Bellas Artes a escuchar un concierto. Es mercadotecnia, pero también es cuestión de principios. Estás generando públicos.
Sin embargo, a veces los medios no abordan su trabajo. Revistas del corazón lo entrevistan para saber detalles personales, como su boda.
Porque soy un luchador de los derechos de la comunidad LGBT. Hay un estereotipo equivocado que es propiciado por la derecha y la gente de “buenas costumbres” y que es seguido por la prensa amarillista que tenemos en el país. Hay otro grupo de la diversidad sexual que es respetable. Hay que diversificar la diversidad, que la gente vea que los gays no son sólo cultores de belleza o travestis. Reducir lo que somos a un par de estereotipos es homofobia. En las marchas gay, por ejemplo, suceden muchas cosas, pero los medios nada más retratan las escandalosas. Si con mi boda gay le das a la prensa algo medianamente escandaloso, pero sustentado con una carrera que no es fatua, aprovecho para quitar esos estereotipos de afeminados, encuerados o lenchas.
¿Cómo le va cuando presenta conciertos en estados con públicos más conservadores?
Yo sólo hablo de mis preferencias cuando me lo preguntan. Por fortuna, mi convición por mi amor propio es sólido, no por vanidad, sino porque el cauce que le he dado a mi vida está bien. Por eso no temo la discriminación. Mi mente no lo distingue. No está en mi bagaje cultural ser discriminado por nadie, no me creo objeto de discriminación. Si se burlan de mí, ese es problema de la gente, yo estoy seguro de lo que hago y de los cambios que efectúo en mi entorno. A lo mejor si hubiera comprado mi carrera, lo haría.
ee

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