lunes, 23 de septiembre de 2013

Álvaro Mutis

Álvaro Mutis, un “servidor de la poesía”

Lunes, 23 de septiembre de 2013 - 8:49 am
MADRID (EFE).- El escritor colombiano Álvaro Mutis, fallecido hoy en México a los 90 años, se consideraba sobre todo “un servidor de la poesía”, género al que consideraba como “forma privilegiada de la expresión humana”.
Mutis tuvo una relación intensa con la poesía, con la que empezó en la escritura y que trufó toda su obra, también las novelas que protagonizó su “alter ego”, Maqroll el Gaviero, como dejó dicho en una entrevista- “Mi obra es un poema continuo, siempre tratando de dialogar con él y siempre escuchándolo”.
“Maqroll aparece en los primeros poemas que escribí a los 19 años -explicó el autor-, ya con laintención de publicarlos. Necesité su apoyo desde el primer momento para esta responsabilidad, ya que la experiencia de su trajinada vida armonizaba mejor con el ámbito de mi poesía”.
Este marino le llevó a Mutis a recibir los más importantes galardones de la letras en español, como el Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el Reina Sofía de Poesía o el Nacional de las Letras, así como el de Poesía en Colombia, entre otros muchos en Europa y América.
El diálogo con Maqroll, protagonista de siete de sus nueve libros de narrativa, siempre estuvo presidido por la poesía, género al que definía como “una especie de oración en contacto con un más allá que todos llevamos dentro y que revela ese otro lado que generalmente permanece secreto”.
En ese ámbito se refugió el autor de “Iliona llega con la lluvia” en diversos períodos de la vida, tal vez en busca de respuestas a su propia existencia y sobre el mundo que le rodeaba, porque consideraba que “la poesía tiene la capacidad de revelar la verdad más íntima del hombre sobre sí mismo y sobre su mundo”.
“La Balanza” (1948), “Los elementos del desastre” (1953), “Los trabajos perdidos” (1965), “Reseña de los hospitales de Ultramar” (1955), “Summa de Maqroll el Gaviero” (1973), “Caravansary” (1981); “Los emisarios” (1984), “Crónica y alabanza del reino” (1885), “Un homenaje y siete nocturnos” (1986) son sus principales poemarios.
En ellos también está reflejado el lugar que el autor, tan viajero en su vida como Maqroll, eligió como patria- la finca de café y caña de azúcar fundada por su abuelo en Coello (Tolima. Colombia), en las estribaciones de la Cordillera Central Andina.
“He intentado a lo largo de mi obra perpetuar ese rincón, y en mi poesía están los cafetales, los ríos torrentosos, la naturaleza salvaje, los árboles con flores bellísimas, rojas, violetas o blancas. De este sitio decidí ser, y ésta fue mi patria, a pesar de haber nacido en Bogotá y de haber vivido mi adolescencia en Bruselas”, dijo Mutis durante una de sus visitas a Madrid.
La obra de Mutis osciló entre la exuberancia del trópico y el desasosiego y la desesperanza de unos tiempos que criticó duramente.
“Jamás en su vida sobre la Tierra el hombre ha vivido más solo, más aislado de sus semejantes, más vejado por sus propios inventos, destinados a borrar en él hasta el último rasgo de humanidad”, dijo en Madrid en octubre de 2007, cuando inauguró el festival VivAmérica.
Una ocasión en la que volvió a recordar que “la poesía está presente para testimoniar una parte de ese dolor y también para continuar cantando las cosas del mundo que deben conservarse y deben cantarse”.
Se distanció cada vez más claramente del movimiento del realismo mágico al que se le solía asociar, tal vez por su amistad con Gabriel García Márquez, y señaló que este movimiento que propició el “boom” de la literatura latinoamericana nunca pasó de ser un “truco artificial literario, muy talentoso”, y que, “como hijo natural del surrealismo”, no hubiera podido subsistir mucho tiempo.
“El ‘boom’ no ha existido nunca; forma parte de esa especie de magnificación típica nuestra. Cuando digo ‘nuestra’, digo española y latinoamericana, de crear una especie de grandes fantasmones que se esfuman y no queda nada”, afirmó.
Para él, la literatura latinoamericana se había instalado en los últimos años en una corriente que debió iniciar hace dos siglos, “un trabajo literario totalmente próximo a la vida cotidiana, actual, sin buscar complicaciones ni interpretaciones universales”.

De pie en una barca detenida en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,
reciben los breves signos de la bienaventuraza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.

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