viernes, 21 de septiembre de 2012

Los trece de la fama


 
Apoyados contra las palmeras que se asomaban al mar en la inhóspita Isla de Gallo, si a alguno de esos hombres aún no le habían abandonado las fuerzas, puede que estuviese reflexionando, en silencio, sobre el incierto futuro que le aguardaba… y es que, hasta ese momento, apenas habían encontrado más que dificultades.

…Llevaban largos años formando parte de las sucesivas expediciones que comandaron toda suerte de hidalgos castellanos en tierras del Nuevo Mundo; largos años de hambre, penurias, horribles emboscadas, traiciones… quizás demasiados a la luz del escaso oro que guardaban en sus bolsas aquellos que habían conseguido seguir con vida. Y los pobres que sobrevivían, apenas podían aguantar unas pocas semanas de inactividad antes de volver a agarrar morrión, espada y petate, y dirigirse hacía los muelles para embarcar en alguno de los destartalados buques que se preparaban a toda prisa para zarpar en pos de fama y riquezas.

Aquella expedición nació como nacen todas en aquellas tierras: de un rumor; cierto día apareció en uno de los puertos de Panamá un hombre con pinta zarrapastrosa, barba de varios meses y aspecto atolondrado… pero con una bolsa repleta de oro que utilizó para convidar en las tabernas de la ciudad a todo aquel que le quisiera escuchar. A decir verdad, concurrencia no le faltaba, ya que todas sus conversaciones giraban en torno al mismo asunto: una extraordinariamente rica región llamada Birú, que nuestro protagonista había conseguido alcanzar a las órdenes de un tal Pascual de Andagoya. Al parecer, la algarada había reportado cuantiosos beneficios a todos sus componentes y, contrariamente a lo que venía siendo habitual, los indios se habían mostrado bastante amistosos, con lo que la expedición terminó sin tener que lamentar bajas. La que formó aquel rapsoda del vino debió ser de órdago, porque a los pocos días todos los hombres notables de Panamá andaban malvendiendo sus bienes por aquello que les quisieran dar, con la intención de equiparse bien y zarpar lo antes posible; el descubrimiento de nuevas tierras era un peligroso deporte en el que, además, no había ningún premio preparado para el que quedase en segundo puesto…

De todas maneras, la magnitud de la empresa solo la hacía apta para las economías más saneadas, así que muy pronto la terna de candidatos se redujo a Diego de Almagro y Gaspar de Espinosa, que acabaron aliándose para compartir los riegos y las venturas del negocio; y como no estaban muy seguros de sus capacidades militares, buscaron a un soldado de confianza, veterano de enfrentamientos contra los indios y con el suficiente poco dinero para no hacer sombra a los primeros espadas... y el elegido fue un tal Francisco Pizarro.

Los expedicionarios realizaron tres viajes antes de pasar a la conquista definitiva. El primero se realizó a finales de 1524 y en él, se exploraron las costas occidentales de la actual Colombia. La aventura fue un pequeño fracaso en lo económico, y además Almagro perdió un ojo por culpa de un flechazo recibido en un encuentro con los nativos. La segunda expedición apenas aportó algo más, y encima Almagro y Pizarro a punto estuvieron de batirse en duelo cuando el segundo salió en defensa de sus soldados, a los que Almagro había insultado, tildándoles de “gallinas”. En esta segunda intentona, el hambre y las enfermedades diezmaron a la escasa tropa, y Almagro tuvo que regresar a Panamá en buscar de provisiones, ya que los hombres ya habían cocinado las últimas ratas capturadas en las bodegas de los buques… Una vez en Panamá, el gobernador, harto de tantos sinsabores, se negó a prestarles ayuda, e incluso envió tropas a la isla del Gallo – que es donde a la sazón Pizarro estaba esperando la ayuda – con la intención de convencerlos para traerlos de vuelta… por las buenas o por las malas.

Pizarro, que a pesar de tanto reveses aún no se había desesperado, no estaba dispuesto a consentir que nadie acabara con esta aventura y, tras trazar una línea en el suelo de la playa con la ayuda de su espada, de oriente a occidente, pidió a sus hombres que se pronunciaran, lanzándoles un reto:

"Amigos, allí está el Sur. Por ahí se va hacia una tierra pendiente de descubrir que promete honra y riqueza… hacia la muerte y hacia la gloria. Por este otro lado, hacia la pobreza y la molicie… ¡Que el buen castellano escoja lo mejor! ¡El que tenga corazón, que me siga!"

Hubo unos interminables instantes de duda. Nadie se atrevía a traspasar esa raya que tanto significaba. Pero finalmente, unos pocos superaron el miedo y continuaron con aquella empresa que verdaderamente era una locura. Sólo trece hombres le siguieron, y juntos huyeron de las tropas del gobernador hasta llegar en una frágil balsa a la isla de Gorgona. Allí les recogió Almagro, que también había desobedecido las órdenes del Gobernador y, juntos, continuaron hasta Guayaquil y la bahía de Tumbez. Durante este viaje acumularon riquezas, se llevaron a un indio como interprete al que llamaron Felipillo y recibieron, complacidos, noticias sobre la guerra fraticida que dividía el Imperio Inca entre Huascar y Atahualpa. La conquista del Perú estaba en marcha…
 
 porLuis Caboblanco

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