jueves, 6 de septiembre de 2012

JEAN HENRI DUNANT



La vida de Jean Henri Dunant fue de grandes contrastes. La única constante fue su apasionado humanitarismo y la Cruz Roja su monumento viviente. Fue rico y murió en un hospicio; alcanzó gran fama y desapareció en la oscuridad total; triunfó en los negocios y quedó en bancarrota; brilló en sociedad y terminó solo, dejando un amargo testamento. Jean Henri Dunant, mejor conocido como Henry Dunant, nació el 8 de mayo de 1828 en Ginebra, Suiza. Fue el primer hijo de Jean-Jacques Dunant y Antoinette Dunant-Colladon. Sus padres eran devotos calvinistas, humanitarios, con conciencia cívica y gran influencia en la sociedad suiza. Creían en el valor del trabajo social; su papá, un hombre de negocios, ayudaba a huérfanos y ex presidiarios, mientras que su mamá trabajaba con los enfermos y pobres. Desde muy joven, Henry Dunant estuvo involucrado en diversas actividades religiosas, estudiando la Biblia y ayudando a los pobres junto con un grupo de amigos. Pasaba gran parte de su tiempo realizando trabajo social. No fue buen estudiante; debido a sus malas calificaciones, fue expulsado del Collège Calvin, la escuela preparatoria pública más antigua de Ginebra, fundada por John Calvin en 1559. Trabajó como aprendiz en la casa de cambio de moneda Lullin et Sautter y se convirtió en empleado bancario. Luego fue representante de la Young Men's Christian Association (YMCA) de Suiza, lo que le permitió viajar a Francia, Bélgica y Holanda. A los 26 años entró al mundo de los negocios, como representante de la Compañía Ginebrina de las Colonias de Sétif en el Norte de África y Sicilia. Cuatro años después publicó su primer libro, "Relato de la Regencia en Túnez", con las observaciones de sus viajes. Destaca un capítulo bastante extenso, "La Esclavitud entre los Musulmanes y en Estados Unidos de América", que poco después fue publicado de manera independiente. Con su experiencia comercial, Dunant decidió emprender su propio negocio. Creó la Compañía Financiera e Industrial de los Molinos de Mons-Djémila en Argelia, entonces bajo ocupación francesa. Recibió una concesión de tierras para cultivar maíz, pero los derechos sobre el agua no se le asignaron claramente y las autoridades coloniales no cooperaron mucho. Entonces resolvió solicitar la ayuda del Emperador Napoleón III. No lo detuvo el hecho de que éste estuviera en el campo de batalla, dirigiendo a los soldados franceses que, junto con los italianos, luchaban por expulsar a los austriacos de Italia. Dunant consiguió llegar al cuartel general de Napoleón, cerca del pueblo de Solferino en Lombardía. Llegó el 24 de junio de 1859, justo el día en que ocurrió una de las batallas más sangrientas del siglo XIX. Presenció sus terribles consecuencias, con 38,000 soldados heridos, agonizantes o muertos en el campo de combate, sin recibir ninguna ayuda. Impresionado, Dunant tomó la iniciativa de organizar a la población civil, especialmente a las mujeres, para proporcionar asistencia a los heridos. Como carecían de suficientes materiales, organizó la compra de lo que se necesitaba y ayudó a levantar hospitales de campaña. Los convenció para que atendieran a los heridos sin fijarse de qué bando eran, con el lema "Todos Hermanos", acuñado por las mujeres de la cercana población de Castiglione delle Stiviere, en la provincia de Mantua. También logró conseguir la liberación de médicos austriacos capturados por los franceses. Su conciencia lo obligó a escribir en 1862 un pequeño libro sobre sus experiencias, titulado "Una Memoria de Solferino", cuya publicación lo hizo famoso. La obra tiene tres temas. El primero es el de la batalla en sí. El segundo describe el campo de batalla después de la lucha, con su caótico desorden, desesperanza inenarrable y miseria de todo tipo, contando la historia del esfuerzo por cuidar a los heridos en el pequeño pueblo de Castiglione. El tercer tema es un plan. En tiempos de paz, las naciones del mundo deberían establecer voluntariamente sociedades de ayuda para cuidar a los enfermos y heridos en tiempos de guerra; cada una patrocinada por un consejo de figuras líderes. El objetivo era que todos los soldados, amigos o enemigos, pudieran recibir cuidados médicos. Proponía apelar a los ciudadanos para ser voluntarios, entrenándolos para auxiliar a los heridos en el campo de batalla y cuidarlos hasta su recuperación. Con un prefacio escrito por el general suizo Guillaume-Henri Dufour, el libro fue impreso con dinero de Dunant. Fue traducido a varios idiomas y distribuido entre líderes políticos de toda Europa Su idea, simple y realista, tuvo gran aceptación. El autor fue contactado por el abogado Gustave Moynier, Presidente de la Sociedad Ginebrina de Asistencia Pública. En febrero de 1863, ésta nombró a un comité de cinco miembros, incluyendo a Dunant, el General Dufour, Moynier y los médicos Louis Appia y Théodore Maunoir, para poner el plan en acción. Gracias a los esfuerzos del comité y a las dotes de persuasión de Dunant, en octubre de ese año se llevó a cabo una conferencia internacional en Ginebra, con delegados de 17 países. Al finalizar la conferencia, el 29 de octubre de 1863 fue fundado el Comité Internacional para la Ayuda de los Heridos, hoy el Comité Internacional de la Cruz Roja. Se determinó crear sociedades nacionales en cada uno de los países representados. En 1864, doce naciones firmaron un tratado internacional, conocido como la Convención de Ginebra, acordando garantizar neutralidad al personal médico, proporcionarle los suministros necesarios para su labor y dar refugio imparcial a los heridos, bajo la protección de un emblema especial de identificación, una cruz roja sobre un fondo blanco. En los siguientes dos años, veinte estados ratificaron la convención. La idea de Henry Dunant se había convertido en realidad. Sin embargo, su trabajo no había terminado. Aprobó los esfuerzos para extender la esfera de acción de la Cruz Roja para cubrir al personal naval en tiempos de guerra y aliviar las penalidades causadas por catástrofes naturales en tiempos de paz. La recién fundada organización de la Cruz Roja y sus esfuerzos humanitarios dieron fama y reconocimiento a Henry Dunant, pero éste descuidó sus negocios y en 1867 estaba en bancarrota. No le otorgaron los derechos de agua para sus tierras y su compañía en el Norte de África fue mal administrada, ya que había estado concentrado en sus objetivos humanitarios, no en los negocios. Cuando quebró, muchos amigos perdieron también sus inversiones y Dunant fue rechazado por la sociedad de Ginebra. Se vio obligado a renunciar como secretario del Comité Internacional de la Cruz Roja y dejó la ciudad, para jamás regresar. Al año siguiente murió su madre y fue expulsado de la YMCA. Se mudó a París, donde vivió en la pobreza, olvidado por el mundo. De 1867 a 1875, sufrió grandes penalidades. Vivía al nivel de un mendigo. Había veces en que cenaba una corteza de pan y dormía a la intemperie. Pintaba su raído abrigo con tinta y blanqueaba el cuello de su camisa con tiza. En los siguientes veinte años, Dunant desapareció. Tras breves estancias en varios lugares de Europa, se estableció en el hospicio de Heiden, un pequeño pueblo suizo. Enfermo, pasó el resto de sus días solo, en el cuarto 12. El maestro rural Wilhelm Sonderegger lo encontró en 1890 e informó al mundo que Dunant estaba vivo, pero el mundo le prestó poco atención. En más de un siglo de historia del Premio Nobel de la Paz, ha habido muchas campañas para promover a algún laureado ante el Comité Noruego Nobel. Durante la primera entrega, en 1901, hubo la primera campaña a favor de Henry Dunant. Su nominación fue apoyada por un número impresionante de individuos y organizaciones. Entre otros, 10 profesores de Ámsterdam y Bruselas, 92 parlamentarios suecos y 62 en Württemberg, así como el consejo de la Oficina Internacional por la Paz. En Noruega lo apoyaron la Asociación Femenina de Salud Pública y dos miembros del gabinete, a nombre de la Asociación Noruega del Derecho al Voto de las Mujeres. Sin embargo, los esfuerzos del médico militar noruego Hans Daae fueron decisivos. Se había familiarizado con el trabajo del fundador de la Cruz Roja a través de un artículo del editor suizo Georg Baumberger, publicado en 1895, así como un libro del maestro alemán Rudolf Müller. Gracias a estas publicaciones, Dunant salió de la oscuridad y recibió algunos honores y premios. Hans Daae defendió con éxito su candidatura y el Comité Nobel fue convencido. Henry Dunant recibió el Premio Nobel de la Paz 1901, junto con Frédéric Passy, fundador y presidente de la primera sociedad francesa para la paz. El anuncio provocó reacciones encontradas. Dunant había sido premiado por aminorar el sufrimiento de los soldados heridos, no por organizar congresos de paz o reducir las fuerzas militares, como lo estipulaba el testamento de Alfred Nobel. Los críticos decían que humanizar la guerra la hacía parecer menos destructiva en la conciencia de la gente, que mejorar sus leyes era como regular la temperatura al hervir a alguien en aceite y que se había premiado a quien sólo había perfeccionado la guerra. El primer Nobel de la Paz fue particularmente importante, porque el Comité Nobel marcó el curso a seguir, eligiendo una interpretación amplia del requisito de que el laureado debía "fomentar la fraternidad entre la naciones". El premio ayudó a Dunant a recuperar su dignidad, pero continuó con su sencilla vida en el hospicio. Hans Daae cuidó que el dinero del premio eludiera a sus acreedores; permaneció intacto en un banco noruego hasta su muerte. Jean Henri Dunant murió el 30 de octubre de 1910, a los 82 años. No hubo ninguna ceremonia funeraria, dolientes ni cortejo. De acuerdo a sus deseos, fue llevado a su tumba "como un perro". En su testamento, dejó algunos legados a quienes lo habían cuidado en el asilo y dotó una cama gratuita, siempre disponible para los enfermos más pobres del pueblo. Dio la mitad del dinero a la Cruz Roja Noruega y la Asociación Femenina de Salud Pública de ese país; la otra mitad a actividades filantrópicas en Suiza. Su cumpleaños, el 8 de mayo, es celebrado como el Día de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. El asilo donde vivió en Heiden ahora alberga al Museo Henry Dunant. En Ginebra y otros lugares hay numerosas calles, plazas y escuelas con su nombre. La medalla Henry Dunant, otorgada cada dos años por el Movimiento Internacional de la Cruz Roja y la Media Luna Roja, es su más alta distinción.
Nacido del gesto espontáneo de un hombre que deseaba ayudar a los soldados heridos, el Comité Internacional de la Cruz Roja ha ganado el Premio Nobel de la Paz en 1917, 1944 y 1963. En 2009 conmemora el 150 aniversario de la sangrienta batalla de Solferino, que inspiró a Jean Henri Dunant para crear esta organización humanitaria.
Investigación y Guión: Conti González Báez

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