martes, 4 de septiembre de 2012

Adriana Macias

 
Relata Adriana Macías su experiencia de vida con discapacidad
Macías narra en La fuerza de un guerrero la historia de un héroe fantástico, que en su camino conoce a personajes singulares (Foto: Jorge Serratos/ELUNIVERSAL )
Katia D´Artigues
El Universal

Adriana Macías (Guadalajara, Jalisco) escribió el libro Abrazar el éxito, donde contaba la historia de su vida, cómo fue aceptarse con su discapacidad y cómo la veían sus papás. A raíz del éxito de ese volumen, nació La fuerza de un guerrero, donde narra la historia de un héroe fantástico, que en su camino conoce a personajes singulares: un joven que escucha con el corazón, a otro que lee con las manos, uno que se mueve entre sombras y a una niña que hace magia con los pies.
-Tu que has vivido con discapacidad toda tu vida, ¿cómo has notado el cambio de la sociedad hacia las PcD?
-Ha habido muchos cambios. Desde la entrada del Teletón se hizo mucha difusión de la discapacidad porque antes era no hay que hablar de eso. Ahora la actitud que tienen las personas sí es diferente, pero nos falta mucho por hacer y qué padre que sigamos teniendo metas. Qué bueno que entre más tengamos más querramos. El Teletón ayudó mucho, pero también la labor de los papás que desde antes se hacía, la labor de muchas asociaciones.
Adriana tiene cuatro meses de casada. Me enseña feliz su anillo que está, junto con el de compromiso, en su dedo anular del pie. Se casó el 26 de abril, un día después de cumplir 30 años. Su esposo, Juan Medina, no tiene discapacidad pero siempre se ha interesado en ese mundo. Sus mejores amigos son un sordo y un invidente.
-Me contrató para dar una conferencia sobre discapacidad. Yo estaba viviendo un proceso de superación de un rompimiento donde ya tenía anillo de compromiso y todo. De repente el chico me dijo: lo pensé bien y no me quiero casar con una persona con discapacidad. Que tal que mis hijos nacen como tu, o si necesito que un día de emergencia me planches una camisa y no vas a poder o si se me antoja un guiso y no vas a poder hacerlo. Fue fuerte, un año difícil. Estuve deprimida, pensé que a la mejor no me tocaba casarme, sino compartir otro tipo de cosas. Fui a una comida con Juan, yo pasé por él en un taxi. Cuando lo conocí, que en ese entonces tenía 29 años dije: con este me caso.
Desde la primera ocasión quedé enamoradísima de él. Tenemos muchos proyectos en conjunto, muchos sueños parecidos. Pero yo estaba superando el proceso, la mamá de Juan acababa de fallecer, estaba un poco triste. Fue un año difícil y de apoyarnos juntos, después de eso nos hicimos novios, cinco años de novios y nos casamos. Juan nunca ha visto mi discapacidad como un obstáculo.
En esa ocasión el mesero le dijo que por favor bajara los pies de la mesa. Cuando se dio cuenta de que era porque no tenía brazos, se apenó mucho. Pero ella, cuando se topa con alguien así, les dice lo mismo:
-Pues mire, la cuestión es que no tengo brazos, pero si se sienta aquí y me da de comer en la boquita, ¡yo feliz! Yo soy muy autosuficiente: me peino, me maquillo, la ropa que traigo hoy, yo me la puse. Cuando necesito usar traje sastre y hay cierres y broches algunos no me los puedo poner, pero él me ayuda. Los dos llevamos la casa muy bien. A veces yo lavo los trastes, a veces él. ¡Ya hubo un día una emergencia y sí le planche la camisa, sí se le antojó algo de comer y sí se lo cociné!
-¿Planean tener hijos?
-Sí, yo quisiera tener uno; Juan dice que 18... Yo le digo que si cada libro es un hijo sí, pero 18 de carne y hueso... Ya iremos viendo. Quizá si viene uno, ya me animo por el segundo. Yo tengo visualizada a una niña, ¡para peinarla y vestirla de rosa, mi color favorito!
-¿Ejerces como abogada?
-Ahorita poco. Reviso contratos. Mis propios contratos para las conferencias, los libros. O cuando Juan tiene algún proyecto o va a registrar algo a derechos de autor. Soy abogada corporativa, pero ya no tengo tanto tiempo por las conferencias, que me gustan tanto. El tiempo libre estoy con mi familia. Mi tesis fue una propuesta de ley para salvaguardar los derechos de las personas con discapacidad, antes de que existiera ninguna.
Pero la vida la llevó a otro lado.
-Siempre les digo que cuando vean a Adriana se vayan con este mensaje: si Adriana que no tiene brazos intenta ser feliz, ayudar y hacer un sueño realidad, yo puedo ser el triple de feliz, ayudar el triple y realizar el triple de los sueños. Mis papas siempre me dijeron que mi discapacidad nunca iba a ser un impedimento para lo que yo quisiera hacer. Creo que los papás en algún momento tienen que sacar la valentía para no sobreproteger a los hijos. Creo que mis papás estaban aterrados. ¿Si a cualquier joven le puede pasar algo, imagínate a una chica sin brazos en la calle, sola y en un mundo no adaptado para una persona con discapacidad. No había tanta concienca como la hay ahora. Pero ellos sabían que si pasábamos ese momento difícil, me iba a forjar mucha confianza. Era la única persona con discapacidad en la Universidad y para mi fue terrible. Pero al ver que mis compañeros lo único que querían era estudiar , era diferente, algo que no esperaban ver. Acepté que tenían derecho a voltearme a ver. Me dio una contractura muscular y dejé de usar las prótesis que usaba en los brazos. Decidí que no iba a perder un cuatrimestre por no poder llevar mis prótesis. Eran un estorbo. Sin las prótesis me sentía desnuda. Pero mis amigos me dijeron: ‘Oye Adriana, hoy sí se te hizo tarde... ¡hasta las prótesis se te olvidaron!'. Esa broma rompió el hielo. Si puedo hacer las cosas mejor con los pies, ¿porqué me angustio tanto?
En una ocasión, a los 15 días de estar haciendo mi servicio social, en el Tribunal Fiscal, la juez cumplió años y me invitaron a un desayuno de la jefa. Y fui... Hasta que llegué me acordé: ¿si yo no como sola en el restaurante, qué voy a hacer? ¿Cómo le voy a decir a mi jefe que me tiene que dar de comer en la boca si tengo 20 años? Tenía pánico. Pero todos estaban tan acostumbrados a verme hacer las cosas con los pies en el tribunal, que me quité los zapatos. Lo primero que tomé fue una taza. Y todos platicaron, en la convivencia, me voltearon a ver pero ya. Me cayó el veinte que la del pánico era yo, la frustrada soy yo. A la gente le da igual como comes, siempre y cuando no le quites de su plato sin permiso.
Doy conferencias y cursos de trabajo en equipo, de calidad. Tengo una conferencia para puras mujeres, donde me voy maquillando poco a poco, se llama "Poder femenino"... Otra que se llama "Del reino animal al mundo empresarial", las estrategias que usan todos los animales para sobrevivir, para hacer estrategias de cazar a sus presas, de protegerse entre ellos y salir adelante como analogía para los empresarios. Escribo para Libre Acceso, en su página, una columna que se llama "Las Andanzas de Adriana" sobre qué tan accesibles son los lugares.
Cuando era niña, pensaba que me iban a salir los brazos cuando creciera. Así como me crecía el pelo, o me salieron los dientes.
Aparte de escribir la segunda parte de La fuerza de un guerrero y quizá más, le encantaría escribir sobre vivir en pareja teniendo una discapacidad. "Me gustaría escribir sobre eso, pero quiero madurar más... Me encantaría escribir un libro, ya que sea mamá, que se llame: ‘Cómo educar a tu hijo con las patas y no morir en el intento'.
"Mi fuerza no nada más es mía, es de mis papás que decidieron tratarme igual que a mi hermana Eloísa. Eso me salvó la vida". Así como podía yo disfrutar y jugar, también sacudía las figuritas de porcelana de mi mamá... Cada día eran menos".
Testimonio de Juanita Hernández de Macías (su mamá)
Desde bebé empezó a agarrar su biberón con los pies y esa fue la luz para nosotros. Dijimos: ahí la vamos a apoyar, todo se lo dábamos en los pies. También tenia sus tareas y responsabilidades en la casa. Fue risueña desde muy chiquita y creo que esa sonrisa fue la que le abrió todas las puertas y le ayudó a que los niños en lugar de que la molestaran, la apoyaran.
En ese tiempo nos sentíamos solos en el mundo, que éramos los únicos con ese reto. Era 1978 cuando nació Adrianita. Encontramos el Centro de Rehabilitación mexicano que lo patrocinaba O'Farrill. Ahí recibimos un poco de apoyo para las prótesis, pero en ese tiempo la tecnología no había avanzado tanto.
En ese tiempo no había terapias para papás, me da gusto que ahora sí. Mi esposo y yo trabajábamos y nos dividíamos llevar a Adrianita a sus terapias.
En nuestro afán de ponerle algo que según nosotros le faltaba, convencimos a los doctores de que le hicieran unas prótesis de bebé que tenemos de recuerdo. Era difícil convencerla de que las utilizara. Pero ella es muy buena para hacer tratos y nos dijo: sólo las voy a utilizar para ir a la escuela, pero en la casa, uso mis pies como siempre. Y aceptamos, ella tenía que decidir también.
Dudamos sobre llevarla a una escuela regular o si darle clases en casa porque no había muchas opciones de escuelas especiales. Pero si hacíamos esto último, la íbamos a apartar del mundo. Fuimos a platicar con los maestros para que la aceptaran, fue difícil. Decían que la podían lastimar. Hasta dijeron que podrían bajar el nivel académico por aceptar a una niña con discapacidad, aunque no se utilizaba ese término entonces.
Aparte de los exámenes normales, también le hacían pruebas de psicología, de escritura. Las pasaba y ya no tenían argumentos para no recibirla y siempre con buenas calificaciones.
Su hermana siempre fue muy unida a ella, es un año mayor. En el recreo siempre andaban juntas, sin que nosotros se lo pidiéramos, ella agarró el rol de mamá chiquita.
Yo sabía que era bueno que se enfrentara a las cosas sola, solo la encomendaba mucho con Dios y con la Virgen. Cuando se casó sentí mucha felicidad, es un sueño realizado, sólo me daba temor que se arriesgara a cosas por quedar bien, que la pusieran en peligro. Como en la estufa. Pero veo que Juan la apoya mucho, es muy paciente. Ya se me esta quitando la preocupación porque él la cuida. Viven a cuatro casas de la nuestra. Lo importante es la preparación, la fe. Y la paciencia. A mi me importa que ella sea feliz.

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