martes, 14 de agosto de 2012
Chavela Vargas
Nadie parece acordarse del origen costarricense de la que nació Isabel Vargas Lizano, para acabar rebautizada como Chavela Vargas por el fervor del pueblo. Siempre se la recordará como una mujer orgullosa y valiente, capaz de desgarrar el corazón con sus rancheras, valses y boleros.
Es un mito de la canción latina que ha emocionado a varias generaciones, entonando letras que parecen jirones del alma. Sus ansias de libertad y su desolación extrema las explican muy bien los versos de Lorca que recita: "Libertad verdadera enciende para mí tus estrellas distantes" y "herida por los hombres, amor, amor, amor y eterna soledad".
Fue libre para manifestar su condición sexual, para beberse todas las botellas del mundo, fumar y andar con la pistola enfundada. Lo exigía la vida dura que llevó desde su adolescencia; llegada a México a sus 17 primaveras, tuvo que apechugar con muchos años de cantar por las calles antes de que, ya pasados los treinta, la descubriera José Alfredo Jiménez -autor de sus mayores éxitos- cantando Macorina. Fueron noches de farra, de tequila y de alternar con creadores como el escritor Juan Rulfo, el compositor Agustín Lara y los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo.
No sacó su primer disco hasta 1961, cuando ya tenía 42 años, y vivió una primera época de gloria hasta la década de los setenta, compartiendo escenarios, parrandeo y amores. Luego estuvo durante largo tiempo alejada de la canción, por culpa de su alcoholismo, hasta que, hundida y recuperada varias veces, acabó resurgiendo como un ave Fénix. Al respecto comentaba con sentido del humor, "salí de los infiernos pero lo hice cantando".
Sus dos últimas décadas han sido de gloria y de reconocimiento. Su recuperación empezó al aceptar un papel en la película Grito de piedra (1991), de Werner Herzog. Especialmente significativa fue su aparición en Frida (2002), el biopic protagonizado por Salma Hayek, donde canta sus clásicos La llorona y Paloma negra.
El cine resultó fundamental en su resurgimiento, hasta el extremo que Pedro Almodóvar la convirtió, de alguna manera, en una de sus chicas, ya que no sólo incluyó la canción Luz de luna en la banda sonora de Kika, sino que le permitió cantar en el clímax de La flor de mi secreto esos versos de "tómate este trago conmigo, y en el último trago me besas".
Almodóvar fue una especie de ángel de la guarda para ella, al rescatarla de los antros suburbiales de Ciudad de México y ayudarla a dejar la bebida y a rehacer su carrera.
Esa "dama de poncho rojo, pelo de plata y carne morena", en palabras de su gran admirador Joaquín Sabina, parecía no encontrar el momento de retirarse y más cuando su éxito ha sido tan transversal, tal como prueba su disco grabado En Carnegie Hall (2004).
Ha recibido grandes honores y distinciones, como la Gran Cruz de la Reina Católica, un Grammy y medallas de las Universidades de Alcalá de Henares y la Complutense, y al mismo tiempo ha tenido que sufrir su condición de lesbiana como un estigma, enfrentada a la Iglesia y a una sociedad machista que discrimina el amor entre personas del mismo sexo.
En el año 2009, con motivo de la celebración de su noventa aniversario, recibió un cálido homenaje por parte del Gobierno de Ciudad de México, que la nombró Ciudadana Distinguida. Fue un tributo en el que participaron, de manera real y virtual, múltiples personalidades del ámbito artístico, cultural y periodístico de Latinoamérica.
Ese mismo año publicaría el libro Las verdades de Chavela, coescrito junto a María Cortina, que narra en clave de entrevista los acontecimientos más trascendentales de su larga vida.
Aún tuvo energía para llevar a cabo, a sus 91 años, el disco de duetos ¡Por mi culpa! junto a sus grandes amigos Lila Downs, Eugenia León o Sabina, y con invitados tan inesperados como el grupo Pink Martini.
Sin duda, Chavela Vargas es un símbolo, alguien que logra que las penas no sean tan amargas cuando es su voz quien las entona, una mujer que se funde con los personajes de sus grandes interpretaciones, como ese de Un mundo raro que cuenta "es preciso decir otra mentira, les diré que llegué de un mundo raro, que no sé del dolor, que triunfé en el amor y que nunca he llorado".
O en el desolado Que te vaya bonito, también de su mentor Alfredo Jiménez, cuando canta "cuantas cosas quedaron prendidas hasta dentro del fondo de mi alma, cuantas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas".
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