12 de agosto de 1986
Hola, John:
Gracias por la
carta. A veces no duele tanto recordar de dónde venimos. Y tú conoces
los lugares de donde yo vengo. Incluso las personas que intentan
escribir o hacer películas al respecto, no lo entienden bien. Lo llaman
“De 9 a 5”. Sólo que nunca es de 9 a 5. En esos lugares no hay hora de
comida y, de hecho, si quieres conservar tu trabajo, no sales a comer. Y
está el tiempo extra, pero el tiempo extra nunca se registra
correctamente en los libros, y si te quejas de eso hay otro zoquete
dispuesto a tomar tu lugar.
Ya conoces mi viejo dicho: “La esclavitud nunca fue abolida, sólo se amplió para incluir todos los colores”.
Lo que duele es la
pérdida constante de humanidad en aquellos que pelean para mantener
trabajos que no quieren pero temen una alternativa peor. Pasa,
simplemente, que las personas se vacían. Son cuerpos con mentes
temerosas y obedientes. El color abandona sus ojos. La voz se afea. Y el
cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo.
Cuando era joven no
podía creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones.
Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por sexo? ¿Por
una televisión? ¿Por un automóvil a pagos fijos? ¿Por los niños? ¿Niños
que harán justo las mismas cosas?
Desde siempre,
cuando era bastante joven e iba de trabajo en trabajo, era
suficientemente ingenuo para a veces decirle a mis compañeros: “¡Eh! El
jefe podría venir en cualquier momento y echarnos, así como así, ¿no se
dan cuenta?”.
Ellos lo único que hacían era mirarme. Les estaba ofreciendo algo que ellos no querían hacer entrar a su mente.
Ahora, en la
industria, hay muchísimos despidos (acererías muertas, cambios técnicos y
otras circunstancias en el lugar de trabajo). Los despidos son por
cientos de miles y sus rostros son de sorpresa:
“Estuve aquí 35 años…”.
“No es justo…”.
“No sé qué hacer…”.
A los esclavos nunca
se les paga tanto como para que se liberen, sino apenas lo necesario
para que sobrevivan y regresen a trabajar. Yo podía verlo. ¿Por qué
ellos no? Me di cuenta de que la banca del parque era igual de buena,
que ser cantinero era igual de bueno. ¿Por qué no estar primero aquí
antes de que me pusiera allá? ¿Por qué esperar?
Escribí con asco en
contra de todo ello. Fue un alivio sacar de mi sistema toda esa mierda. Y
ahora estoy aquí: un “escritor profesional”. Pasados los primeros 50
años, he descubierto que hay otros ascos más allá del sistema.
Recuerdo que una
vez, trabajando como empacador en una compañía de artículos de
iluminación, uno de mis compañeros dijo de pronto: “¡Nunca seré libre!”.
Uno de los jefes
caminaba por ahí (su nombre era Morrie) y soltó una carcajada deliciosa,
disfrutando el hecho de que ese sujeto estuviera atrapado de por vida.
Así que la suerte
de, finalmente, haber salido de esos lugares, sin importar cuánto tiempo
tomó, me ha dado una especie de felicidad, la felicidad alegre del
milagro. Escribo ahora con una mente vieja y con un cuerpo viejo, mucho
tiempo después del que la mayoría creería en continuar con esto, pero
dado que empecé tan tarde, me debo a mí mismo ser persistente, y cuando
las palabras comiencen a fallar y tenga que recibir ayuda para subir las
escaleras y no pueda distinguir un azulejo de una grapa, todavía
sentiré que algo dentro de mí recordará (sin importar qué tan lejos me
haya ido) cómo llegué en medio del asesinato y la confusión y la pena
hacia, al menos, una muerte generosa.
No haber desperdiciado por completo la vida parece ser un logro, al menos para mí.
Tu muchacho,
Hank